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Viaje a Japón. Día 2 by diacritica

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Decidimos levantarnos a una hora temprana aprovechando que  habíamos dormido una siesta de 3 horas el día de la llegada. Teníamos  un desayuno incluido en la reserva del hotel y por mi parte me puse en  modo “por si no vuelves a comer en tu vida”. Arroz frito, verduras con  bacon, huevo duro, macedonia de frutas y tostada a tope de mantequilla y  mermelada.

Para el día de transición entre la llegada del vuelo y la salida a  Osaka, habíamos pensado en visitar el Jardín Botánico y la Torre de  Tokio pero nos sorprendió la lluvia y tuvimos que modificar nuestros  planes sobre la marcha. Teniendo yo necesidad de comprar un objetivo  para la cámara, fuimos hasta Ikebukuro en busca de la tienda Miyama  (surtido de segunda mano). Cometimos el error de ir por una línea de  metro, la Marunouchi, que daba un rodeo inmenso para una distancia real  de 3 paradas pero no nos dimos cuenta de ello hasta que volvimos unas  horas después.

Miyama shop at Ikebukuro

Tras la compra del objetivo, un Nikkor 35mm f1.8 DX (al final,  nuevo), deambulamos buscando el Centro de Aprendizaje sobre Emergencias,  que realiza simulaciones muy realistas de terremotos y te prepara para  éste y otro tipo de eventualidades. Estuvimos jugando al ping-pong entre  dos localizaciones por las inexactas indicaciones de la guía Lonely  Planet de Tokio y “ayudados” por un solícito pero inútil servicio de  información de una estación de policía. Describir nuestro estado como  “frustados” se queda algo corto. Al menos, el potente desayuno fue  consumido en su totalidad.

Decidimos ir a comer a Akihabara, el distrito de electrónica de  consumo que tanto atrae a los geeks occidentales. Disfrutamos paseando  por las calles atestadas de puestos y tiendas con todo tipo de mercancía  y no tardamos mucho en encontrar el Jangara Ramen, un minúsculo  restaurante especializado en tazones de Ramen. Cuando hubimos llenado de  nuevo el depósito, fuimos a tomar un café a un Excelsior y, vencidos  por un agotamiento místico, resolvimos volver al hotel, en donde caímos  rendidos en una señora siesta.

Esto es lo que piensa Nikon de los ninis, son realmente inútiles

Cuando nos despertamos, ya había anochecido y no teníamos mucha  hambre así que hicimos algo de tiempo paseando por las calles aledañas a  la estación de Shinjuku, llenas de gente joven y bares y sitios de  ocio. Íbamos buscando un sitio donde cenar un postre y al final lo  encontramos en la plata 5 del enorme centro comercial LUMINE, colocado  justo encima de la estación de Shinjuku. En este restaurante (no  recuerdo el nombre) tenían un menú tipo muy sencillo: plato principal  (pasta, arroz), un pedazo de tarta a elegir (todas muy coloridas y  extravagantes) y una bebida de acompañamiento (té o cafe,  principalmente). Nosotros decidimos obviar el plato principal y elegir  sólo tarta y bebida. El lugar era “mono” y estaba ocupado en un 90% por  grupos de amigas. Si veías algún chico era por ser el novio de alguna (y  entonces estaban solos). Claramente, un lugar especializado en tartas  no parece ser del gusto de los chicos japoneses. Por cierto, mucho color  en las tartas pero nada de sabor. Finalizamos la ronda nocturna tomando  una pinta de Kilkenny (tiene guasa que aquí la encuentre y en Madrid  sea tan complicado).

En cierta medida, este primer día “completo” fue un pequeño chasco  porque nos llovió y tuvimos mala suerte con algunas indicaciones. Sin  embargo, el volver a encontrarte con una ciudad como Tokio hace que el  día sume muchos más puntos de base. Es cierto que es la tercera vez que  la visitamos pero sucede como con un libro que nos encanta tanto que lo  releemos cada cierto tiempo. Es cierto que nunca será como la primera  vez pero las relecturas dejan paso a la percepción de otros matices y  detalles que antes habían quedado eclipsados por la primera impresión.  Yo lo noto sobre todo en que me muevo con mucha mayor naturalidad y  aunque sea imposible pasar inadvertido entre 99.99% de población  japonesa, encuentro cierto disfrute en ser yo el que toma la iniciativa y  no el que se mueve por la enorme inercia de la ciudad.

En cuanto a la interacción con los japoneses, Angela poco a poco va  tomando confianza. Esto será vital que avance a buen ritmo porque me  apuesto lo que sea a que en más de una ocasión vamos a depender  completamente de que ella entienda algo o, quizá, se haga entender, para  salir airosos de alguna situación.

Mañana salimos hacia Osaka, una ciudad que fue completamente arrasada  en la II Guerra Mundial y que parece que es un conjunto sin fin de  hormigón y neones.

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