Takayama se encuentra en lo que se conoce como los Alpes Japoneses, es un pueblo de un tamaño nada desdeñable con más de noventa mil habitantes. Hasta ahora no habíamos ido nunca a un pueblo de estas características y, dado que es un pueblo bastante recomendado, era una buena opción. Nos hospedamos en un tipo de alojamiento que se denomina minshuku, aunque no sé muy bien cuál es la diferencia con un ryokan (alojamiento tradicional). Dormimos en habitación tipo japonés, es decir, con futones en el suelo, lo cual es bastante incómodo especialmente para los que como a mí se nos clavan los huesos por todas partes. Lo bueno es que la almohada era de lo más cómoda. Este comentario puede parecer que no viene al caso pero creedme, es muy importante en un país en el que en todos lados encuentras almohadas que o bien parecen rellenas de alubias o bien parecen sacos de harina…
El viaje entre Hiroshima y Takayama duró alrededor de cinco horas, aunque no fue nada pesado y parte de
él transcurre en un tren que pasea entre las verdes y frondosísimas montañas, una delicia en sí mismo. Por eso cuando llegamos decidimos dar un paseo por lo único que a esas alturas, alrededor de las cuatro o cuatro y media, no estaría cerrado o a punto de cerrar. No me extenderé en esto porque creo que Pablo ya ha hablado de ello en su reseña, pero sí quiero decir que hicimos una rutilla por una serie de templos y santuarios (budistas y sintoístas) bastante agradable en la que si bien ninguno destacaba por ser el más bonito que hubiéramos visto, formaban un conjunto muy recomendable. A mi me gustó especialmente el santuario Higashiyama Shinmei Jinja, un santuario sintoísta muy pequeñito sobre una colina rodeada de un bosque en el que tenía la sensación de que podría aparecer Totoro (por cierto, que el que no haya visto esta película está perdiendo el tiempo porque es encantadora) o uno de esos espíritus femeninos que pueblan el folklore japonés.
La mañana del día siguiente decidimos visitar una recreación de una aldea típica japonesa de esta región, Hida no sato. En esta aldea hay reunidas casas y almacenes de granjeros, campesinos o leñadores rescatadas por toda la región y reunidas en un mismo lugar para formar lo que podría haber sido un aunténtico pueblo. Se mezclan casas de varios siglos y alguna reconstrucción, las menos, además de que en la mayoría se puede entrar descalzamiento previo, eso sí. Entre las casas, se pueden encontrar algunos talleres/tiendas de artesanía de madera, laca y tejidos. Creo que la mejor hora para visitar el pueblo es por la mañana, cuando hay menos turistas y se puede disfrutar de una semi-soledad.
Ya de vuelta en Takayama, se conservan una serie de calles que tienen el estado original en el que estaban en el período de mayor esplendor de la zona, entre los períodos Edo y Meiji. Hay tanto casas particulares como de mercaderes. Actualmente estas calles además de estar llenas de turistas están llenas de tiendas orientadas al turista con un poco de todo: tejidos, madera, destilerías de sake, dulces, souvenirs, etc. Como en todas partes, las hay más turistonas y otras de las de ‘qué talla más curiosa, qué pastón cuesta’. Entre estas callecillas se encuentra el Museo Arqueológico de Hida (Hida es como la comarca) que está situado en lo que fue la casa de un samurai… allá que fuimos, claro. El museo es una pieza de museo en sí mismo y no me refiero al edificio, los carteles amarillean que es cosa mala, el hombrecillo que te vende la entrada es una pieza más de la colección y los objetos, pues son los típicos de un museo arqueológico: puntas de flecha, trozos de cerámica, utensilios y similares. No creo que sea una visita imprescindible.
Parece que no hicimos más que ir de un sitio a otro, pero lo cierto es que todo está a distancias cómodas andando. Cierto es que andamos bastante, con la tontería de ir aquí y allí, y que al final terminamos cansadillos, pero en Takayama hay muchísimo para ver y no vimos ni la mitad, eso sí, paseamos por calles por las que no pasean los demás turistas, ni japonenes ni extranjeros, las que están por detrás de las calles principales y que son en las que de verdad viven ahora los habitantes de Takayama.
Un edificio que sí es imprescindible en una visita a este pueblo es Takayama Jinya. Aquí se encontraba el gobierno de la zona desde antes de la era Tokugawa. Originalmente fue construído en el siglo XVII como centro administrativo por el clan Kanamori, que gobernaba la región; sin embargo, este clan perdió su poder ante los shogunes y en la era Tokugawa se constituyó como centro de gobierno y se construyó el edificio principal a principios del siglo XIX. El dato importante es que ha estado en uso desde 1692 hasta 1868 como sede de gobierno. El complejo es muy grande y contiene salas y salones en los que se despachaban los asuntos de gobierno o la recolección de impuestos, así como las dependencias en las que vivían los funcionarios de todos los rangos. En todo el complejo hay que ir descalzo, con los zapatos convenientemente guardados en una bolsita que te proporcionan en la entrada, pero toda la visita se realiza por habitaciones con esteras o alfombras, así que no es nada incómodo o frío.
Durante los días 9 y 10 de octubre se celebra un festival de los más importantes de Japón. Nosotros nos íbamos el 9, pero decidimos salir más tarde y poder ver alguna cosa. La celebración es de caracter sintoísta, con el Santuario Sakurayama Hachiman y su deidad guardiana, Hachimangu, como centro y en ella se da gracias a los dioses por las cosechas. Parte importante del festival es una especie de procesión en las que salen carrozas espectacularmente decoradas por las calles rodeadas de samurais, sacerdotes shinto y músicos o artistas. Todo muy alegre, como se supone que es una celebración de las buenas cosechas. Algunas de las carrozas se exhiben en un museo que se encuentra junto al templo y pudimos verlas el día anterior.
Para nuestra desgracia y la de ellos, que estaban todos preparaditos, se levantó el día lloviendo, pero lloviendo de verdad, así que con todo el dolor de nuestro corazón, en lugar de esperar para irnos después del mediodía, nos fuimos a eso de las once y media ya que parecía que los dioses shinto no estaban por la labor de dejarse agraceder nada.
Uno de nuestros pasatiempos cuando vamos de viaje es buscar un banquito o similares, que en Japón no abundan los bancos, y ver a la gente pasar o subtitularles, ejem, ya sabéis inventar conversaciones jocosas sobre lo que están haciendo o hacia dónde van. El tiempo que media entre el cierre de las atracciones turísticas y la cena es ideal para este deporte y por ello, nos sentamos en un banco en una de las calles más concurridas a observar y ser malos :-).
Takayama es, además de un pueblo turístico pero bonito, un centro desde el que se pueden realizar rutas por las montañas circundantes y deportes de invierno. Japón es un país tremendamente montañoso y Takayama está completamente rodeado de montañas, cabe decir que el ‘yama’ de Takayama es montaña en japonés.
El hecho es que me puedo imaginar perfectamente que debe de ser un lugar precioso en invierno, con todas las montañas cubiertas de nieve. No sería de extrañar que más de un excursionista invernal se cruzase con Yuki-onna (la mujer de la nieve) si perdiera su camino.
El post de Pablo sobre Takayama está en su blog, así que leedlo porque habla de cosas distintas. Por cierto, que recomiendo el cuento de Yuki-onna, triste, triste.
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