Perdidos en Neferu – Crónica 4ª parte

Cuarta parte de la crónica de la aventura El Templo del Desierto, de Norkak.

Nota del Narrador: La aventura es la de El Templo del Desierto, de Norkak. Apliqué algunas modificaciones importantes para adaptarla a la realidad del grupo de juego. Balus pasó a ser Morkas, el antiguo maestro del elfo Lakus, del grupo, y el trasfondo creció en complejidad. Os dejo con la cuarta parte de la crónica de Ghilbrae a través de los ojos de su personaje, Sharra Nirthanbei.

La primera parte de la crónica se encuentra aquí.
La segunda parte de la crónica se encuentra aquí.
La tercera parte de la crónica se encuentra aquí
La quinta parte de la crónica se encuentra aquí


Imagen de la convocatoria de la aventura Perdidos en NeferuNo oí nada, sobre mí cayó el silencio más absoluto, el silencio mágico impuesto por Valaxis sólo unos minutos antes no fue nada comparado con ese silencio desolador. Estaba vacía de ningún sentimiento, sólo incredulidad, ¿aquello podía estar pasando? Saddin Konnin, el maldito paladín ¿estaba muerto? La realidad de esto me golpeó con fuerza y ese sentimiento olvidado desde hace… ¿doce años? volvió con una intensidad demoledora. Odio y venganza, despreocupada, suicida, sin considerar las consecuencias ni el precio. Levanté mis armas con furia y me lancé contra él, dispuesta a matar a aquel ser o a morir en el intento.

Los dioses tenían otros planes. Mi vista se nubló y sentí como caía a través de mi consciencia. Cuando abrí los ojos de nuevo, estábamos en el templo y la voz del detestable Morkas nos lanzó un aviso. Una bola de fuego voló por encima de nuestras cabezas estrellándose contra la criatura que había sobre el otro trono, destruyéndola por completo. Miré a mi alrededor, confusa y ¡Valion! allí estaba Saddin, estábamos todos, con nuestras armas y apariencia de siempre. Alivio, confusión, tristeza y una furia que ardía en mis venas con una intensidad que creí haber domado hace mucho tiempo.

Morkas cruzó el puente que habíamos atravesado nosotros hacía una eternidad, su boca se movía diciendo idioteces, más mentiras sobre acuerdos y tesoros. Me abalancé sobre él ¿Por qué estaba todo el mundo tan tranquilo? Agarrándole violentamente le zarandeé gritándole. ¿Cómo se atrevía a usarnos así? Es un cobarde despreciable, hambriento de un poder que desconocemos y que no sé si queremos dejar en sus manos.

Llave de PlataLakus me separó de su maestro y le demandó el nombre de una ciudad, pero el sucio traidor eludió la respuesta arguyendo que aún no poseía la información necesaria. Sus mercenarios tomaron el Libro de Osiris y la llave de plata.

No entiendo nada, ¿es que soy la única a la que le ha afectado lo que ha ocurrido? Lakus hablaba con tranquilidad y Galian lo mismo, no lo entiendo, no lo entiendo. Ante mis ojos se repite una y otra vez la terrible escena.

Una vez de vuelta al campamento, Lakus siguió intentando convencer a Morkas de que revelara la información que necesitábamos, pero todos sus intentos fueron en vano y únicamente consiguió arrancarle el nombre de un contacto, Jack Tresdedos, que conoce el hechizo que buscamos. Si por mí fuera le habría sacado la información con sangre. El elfo cambia el trato a su antojo y yo ya estoy empezando a hartarme de este maestro infiel a su palabra.

[…]

Llevamos días avanzando en dirección Noroeste en busca de Tar-Sekhet-Ma’at, el desierto se extiende cada mañana ante nosotros en un cegador despliegue de luminosidad dorada y se apaga cada noche como si cada día fuera el mismo. Ayer por la noche sufrimos el único ataque desde que partiéramos de Nefter, tan sólo una banda de incautos goblins que encontraron más de lo que podían manejar. La mayoría acabaron muertos y algunos pocos afortunados lograron huir.

Posiblemente lleguemos al templo mañana o pasado.

[…]

Sólo hace dos días que luchaba por mantener estas páginas limpias de la arena del desierto y hoy por fin me siento a una mesa a escribir, la única luz que viene es de un candelabro y el olor del bosque y la piedra me devuelven poco a poco a la familiaridad de mi tierra. Desde esta ventana en el Asylum veo unas estrellas que no brillan con tanta fuerza pero que tampoco ocultan amenazas milenarias.

Cuando llegamos a nuestro destino, lo único que encontramos fue un monolito que se elevaba en medio del desierto. En su superficie ningún símbolo o marca destacaban salvo una mano tallada en su extremo. Morkas se acercó sin dudar y, sacando la llave, la colocó en la mano. La superficie empezó a emitir un suave resplandor y al acercar más la llave, la mano se cerró sobre ella, atrapándola.

La tierra tembló tras el monolito. Poco a poco el suelo del desierto empezó a elevarse, cascadas de arena caían de distintas alturas a medida que un extenso complejo se levantaba del suelo del desierto. Multitud de edificios, murallas, estatuas o colosos se descubrían ante nuestras miradas atónitas mientras nos tapábamos los oídos ante el enorme estruendo producido.

Tras montar el campamento y hacer una rápida exploración del complejo encontramos el templo en el que debíamos adentrarnos al día siguiente. Una pequeña edificación en forma de cuña sobresalía escasos metros del suelo arenoso y ya dejaba adivinar que el grueso de la construcción yacía bajo nuestros pies.

Con el sol despuntando en el horizonte entramos en el templo. No bien cruzada la entrada encontramos unas escaleras que descendían, sumidos en la penumbra tomamos las escaleras hasta un arco que daba paso a la primera estancia del templo en la que dos hileras de sarcófagos alineados se disponían formando un pasillo central. Sarcófagos y estancias en penumbra nunca han sido heraldos de buenas noticias, por ello, cuando un clic metálico reverberó por la sala, ya estábamos preparados para lo que pudiera ocurrir.

Esperé varios segundos pero nada ocurría, la sala seguía exactamente igual. Sin embargo, algunos de mis compañeros desenvainaron sus armas mientras otros retrocedían con expresión de terror. Miré a mi alrededor y vi a Galian devolverme una mirada de desconcierto. ¿Qué demonios les pasaba a los demás?

El enano Gerrain se lanzó al ataque contra algún enemigo imaginario pero en su alocada carga tropezó y cayó de bruces al suelo. delante de mí, Morkas empezó a balbucear y a retroceder con la clara intención de escapar. Le agarré sin miramientos y empujándole hacia delante le grité: “¡No ves que es una ilusión!”

Tras algunos intentos más de algunos de los guerreros por atacar seres que sólo estaban en su imaginación, recuperaron la compostura y pudimos registrar la sala en busca de alguna otra puerta. Finalmente Lakus dio con una puerta cerrada. Me acerqué a estudiar la cerradura, esperando encontrar algún mecanismo exótico y desconocido, pero para mi satisfacción, un par de segundos fueron más que suficientes para abrirla como si la hubiera abierto con su propia llave.

Nos adentramos en un oscuro pasillo, tan estrecho que sólo podíamos avanzar en parejas. Saddin y Agesam abrían la marcha y en último lugar Morkas, al que yo no quitaba ojo, y yo misma. A medida que avanzábamos íbamos encendiendo las antorchas que se repartían por las paredes. Por fin, al doblar una esquina, nos encontramos con los primeros enemigos reales, dos viejos conocidos, dos necrófagos. Con un golpe experto Saddin partió en dos al primero de ellos, mientras Agesam caía al suelo aparatosamente. Saddin propinó una colosal patada al torso del necrófago que había derribado alejándolo del indefenso mercenario, sin embargo, el segundo necrófago logró abalanzarse sobre él y hundir sus dientes en su carne. Agesam aulló de dolor. El paladín describió otra finta portentosa y acabó con la segunda criatura antes de que pudiera hacer más daño al otro hombre.

Durante las dos horas siguientes recorrimos una sala llena de tesoros y trampas, en la que tuvimos que evitar que el enano sucumbiera a su propia codicia, otra sala cuyo suelo era un mosaico de trampas que los hermanos Agesam y Gerrain tuvieron que ir desactivando con una paciencia infinita. Al final, tras una nueva puerta cerrada encontramos una sala en la que se erigía una estatua del dios Anubis portando un Ankh de oro, una llave que le confiamos a Lakus.

Sin más opciones, deshicimos el camino hasta una bifurcación y tomamos el camino alternativo hasta una sala con seis sarcófagos. Con los sentidos alerta otra vez entramos en la sala. Las tapas de los sarcófagos empezaron a desplazarse y de su interior surgieron lo que tanto Saddin como yo juraremos siempre que eran unos draugr aunque los demás digan que eran esqueletos.

Cautelosos por la ilusión de la primera sala, dirigimos nuestras miradas a la espada de Saddin, su brillo confirmando que las criaturas que teníamos delante eran reales.


En la próxima entrada, ¡la esperada conclusión de esta apasionante aventura por el desierto milenario de Neferu!