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Perdidos en Neferu – Crónica 3ª parte by ghilbrae

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Tercera parte de la crónica de la aventura El Templo del Desierto, de Norkak.

Nota del Narrador: La aventura es la de El Templo del Desierto, de Norkak. Apliqué algunas modificaciones importantes para adaptarla a la realidad del grupo de juego. Balus pasó a ser Morkas, el antiguo maestro del elfo Lakus, del grupo, y el trasfondo creció en complejidad. Os dejo con la tercera parte de la crónica de Ghilbrae a través de los ojos de su personaje, Sharra Nirthanbei.

La primera parte de la crónica se encuentra aquí.
La segunda parte de la crónica se encuentra aquí.
La cuarta parte de la crónica se encuentra aquí
La quinta parte de la crónica se encuentra aquí


Imagen de la convocatoria de la aventura Perdidos en NeferuImagen de la convocatoria de la aventura Perdidos en NeferuSi hay un recuerdo que me acompañará durante el resto de mi vida es el cielo del desierto. Eterno, infinito, imposible de abarcar… La noche ha caído, el calor se ha esfumado y poco a poco se han ido encendiendo las estrellas, una tras otra, cubriendo de diamantes el orbe oscuro. Sin edificios, ni árboles, ni montañas, sin un obstáculo que oculte su magnitud, se extiende en todas direcciones. El aire es fresco, incluso frío, tras el día de calor incesante, recibo con alivio la noche y el regalo de ese cielo que ni las más hermosas joyas en los cuellos de las damas de Marvalar pueden igualar.

El viaje no está exento de peligros a pesar del buen hacer del guía contratado, Amahad. Hace apenas dos noches el grito de alarma de Erkym nos sobresaltó. Una escolopendra gigante apareció en el campamento pero antes de poder tomar nuestras armas, el guerrero la había despachado y guardaba sus restos en una bolsa. ¿Adivinas qué había de desayuno al día siguiente?

Desgraciadamente, no todos nuestros encuentros con las criaturas del desierto fueron tan sencillos. Tan solo el día después de este suceso nos vimos sorprendidos por otros moradores de las arenas.

Bajo nuestros pies la arena comenzó a revolverse violentamente y, como salidos de una pesadilla, cuatro gigantescos escorpiones liderados por un ser mitad escorpión mitad humano, rodearon la columna de viajantes. El caos se adueñó de la situación, muchos de los esclavos corrieron a ponerse a salvo lejos de los escorpiones aunque pudimos ver claramente el triste destino de alguno que no fue lo suficientemente rápido.

Amahad cargó decididamente contra su líder, mientras el resto de los guerreros hacían lo mismo con el enemigo que tenían más a mano. Aún no sé cómo lo conseguí pero, sin dudarlo, corrí en ayuda de Amahad. Los demás escorpiones estaban ocupados con Galian, Lakus, Saddin y los mercenarios, pero Amahad estaba sólo frente al más formidable del grupo. Dirigí mi camello hacia él. Valion debía de estar mirándome aquel día porque conseguí asestarle dos saetazos sin siquiera desmontar de la bestia. Cuando estuve lo suficientemente cerca saqué mi cimitarra e igualmente conseguí acertarle un golpe formidable. Con Amahad herido pero a salvo, Galian pudo llegar hasta nosotros y rematar a la criatura antes de que pudiera escapar o intentar un último ataque desesperado.

Cuando finalmente conseguí mirar a mi alrededor, pude apreciar en el resto de los escorpiones muertos o moribundos los efectos de las flechas de Galian, los hechizos de fuego del elfo o los ataques de los guerreros. Gerrain estaba inconsciente, no veía a Saddin por ningún sitio y por alguna razón había surgido de la nada una vaca en medio de todo el jaleo.

En una serie de entonaciones y gestos que bien conozco, Lakus se disponía a realizar su hechizo de teletransporte. Una gran masa de arena desapareció del suelo del desierto. Por dos veces repitió su hechizo hasta que consiguió sacar a Saddin Konnin de las arenas del desierto a donde había sido arrastrado por uno de los escorpiones en su huida.

Éste no fue el último encuentro que tuvimos en nuestro camino antes de llegar a nuestro destino pero sí el que dejó más heridos y bajas. Tras tres semanas interminables de viaje, por fin alcanzamos las ruinas de la antigua capital del imperio, Nefter.

Mientras montábamos nuestro campamento en un oasis a la vista de la ciudad, Lakus se percató de que Morkas se escabullía en medio de los preparativos. Decidimos separarnos y Galian y yo, más silenciosas, le seguimos de cerca mientras el elfo y el paladín daban un rodeo.

Cada rincón de la inmensa ciudad hablaba de un pasado grandioso, de riquezas inimaginables y de innumerables habitantes. ¿Qué ocurre en una ciudad tan imponente para que sea abandonada de esta forma? No puedo ni imaginarlo. Sólo la cantidad de tiempo que esta ciudad lleva abandonada es impensable y me doy cuenta de que toda la historia de mi tierra no es más que un suspiro comparada con la magnitud de lo que ha ocurrido en estos reinos.

“No hay ningún ser vivo en esta ciudad, no es natural.” Susurró Galian después de poco tiempo y era cierto. Aves, insectos, reptiles, nada se deslizaba entre los edificios abandonados salvo un grupo de exploradores demasiado inconscientes.

Seguimos a Morkas por calles y callejones, a veces se asomaba y daba la vuelta o deshacía sus pasos hasta alguna bifurcación anterior y probaba un nuevo camino. Pasó mucho tiempo antes de que el elfo se plantara ante las ruinas de lo que debió ser un fantástico palacio. Morkas reconoció la zona durante un rato pero en lugar de entrar se dio la vuelta y regresó por donde había llegado. Galian y yo esperamos hasta que desapareció y nos unimos con Saddin y Lakus. Imitando a Morkas, procedimos a reconocer la zona e incluso Saddin se aventuró a entrar en el edificio antes de volver al oasis.

La cena, aderezada con las frutas que crecen en el oasis, ha sido más agradable que de costumbre aunque la tensión de estar próximos a nuestro destino empieza a ser patente en los mercenarios y en la ansiedad que se asoma a los ojos de Morkas. Antes de retirarnos a descansar nos ha informado de que mañana entraremos en la ciudad para buscar alguna pista del Templo del Desierto, Ta-Sekhet-Ma’at.

[…]

Juro por Valion, por todo lo que es sagrado, por todo lo que está por venir, que mataré a Morkas, acabaré con su vida como la rata cobarde que es, le haré sufrir y pagar.

No entiendo qué se ha apoderado de mí, qué es esta nueva sensación de odio y de tristeza que no logro comprender ni controlar. Esta no soy yo y debo mantener toda mi furia bajo control otra vez, impedir que me domine. El futuro se pinta extraño y por primera vez me planteo encontrar otro camino.

Mis pensamientos son tan confusos y están mezclados con una marea de sensaciones que he olvidado cómo manejar, después de tantos años…

Antes de que el calor del desierto se asentara de lleno en la ciudad, con las primeras luces del día entramos en el palacio ya conocido por nosotros. El interior estaba oscuro y fresco. En pequeños grupos exploramos habitación tras habitación hasta que encontramos una con las puertas cerradas y delicados símbolos decorando el dintel, en su interior sólo había una cama con los restos de un dosel.

“Allí donde el faraón descansa, la puerta oculta” leyó Morkas del pergamino y siguió con una serie de advertencias y ominosas amenazas a aquellos de corazón impuro. Si no recuerdo mal, el pergamino de Morkas decía algo así: “Dicho tesoro está bien oculto, uno que nunca debe ser encontrado por personas de oscuro corazón. Sólo doy una serie de notas para lograrlo, porque sé que sólo personas de gran corazón lograrán superar las pruebas que encontrarán en su camino.

Bajo la cama encontramos una nueva puerta. Mientras los dos hermanos mercenarios y Galian y yo esperábamos arriba, los elfos, el enano Gerrain y Saddin descendieron para asegurarse de que el oscuro pasadizo era seguro y de que cualquier antigua trampa estuviera desactivada. El pasadizo terminaba en una nueva puerta, tras ella una habitación decorada con los elegantes trazos jeroglíficos que eran la escritura de este pueblo se mezclaban con escenas de grandes batallas. Junto a estas escenas destacaba una de temática completamente diferente, en ella un elfo se arrodillaba ante la figura de una momia gigantesca de rostro verdoso que le entregaba un libro, el libro que buscábamos, el Libro de Osiris.

En cada una de las paredes de la sala rectangular había una puerta marcada con un símbolo distinto. Un círculo sobre la puerta oeste, una flecha sobre la opuesta y una lanza sobre la puerta sur.

Crónica de la partidaCrónica de la partidaDescartamos la puerta marcada por la lanza porque despedía un brillo extraño a los ojos de Saddin y del mismo modo, Saddin detectó una trampa tras la marcada por el círculo. Esta vez todos juntos, abrimos la puerta de la flecha y nos adentramos en otro corredor, momento que Lakus aprovechó para empezar a contar chistes verdes. Al final alcanzamos otra puerta y junto a ella un largo texto, un acertijo. Un tanto sorprendidos por su facilidad, después de lo que encontramos hace ya tanto tiempo en el Monasterior de Maredon, esto fue un juego de niños resuelto por una mera operación aritmética. Probablemente en otro tiempo, unos analfabetos salteadores de tumbas lo hubieran tenido muy difícil pero nuestro grupo superaba con creces la sabiduría necesaria para superarlo.

Una sala de grandes dimensiones se descubrió ante nosotros. Un abismo la dividía en dos secciones conectadas por un puente de piedra, al otro lado, sobre un trono de piedra la estatua de la momia de rostro verdoso ofrecía un libro en sus manos, tras ella una serie de figuras de antiguos guerreros neferíes la escoltaban y, rematando la decoración de la sala, un enorme tapiz bordado con el mapa del antiguo imperio mostraba sin lugar a dudas el lugar en el que se ocultaba Ta-Sekhet-Ma’at marcado con una llave de plata cosida sobre él.

Morkas, sin ningún tipo de decoro, nos ordenó que cruzáramos el puente mientras él guardaba la retaguardia. Yo me negué rotundamente, no me fiaba del elfo, y bien hacía. Al fin y al cabo, era él el que codiciaba el libro. Argulló que nuestro destino nos esperaba al otro lado, ¡como si el destino tuviera algo que ver con un elfo cobarde y ávido de poder!

Mientras discutíamos, Saddin, -¡estúpido paladín! ¿por qué no podía esperar? ¿Acaso el elfo había hecho algo para ganar nuestra confianza?- cruzó el puente seguido después por Lakus, alfanje en mano, y Galian. Viendo a mis compañeros al otro lado y maldiciendo una y otra vez a elfos y paladines, me uní a ellos.

Saddin Konnin invocó una nueva esfera de luz y desenvainó su espada. El filo brillaba intensamente, revelando la presencia de no muertos.

Ante mis ojos la sala comenzó a desdibujarse, los colores se mezclaban y se evaporaban dejando tras ellos oscuridad y un intenso sopor en mi cuerpo. Finalmente la sala se sumió en una oscuridad total. Tras unos instantes una tenue luminosidad fue invadiendo la sala, pero ya no era la misma sala, ahora parecía una cripta en la que nosotros cuatro nos recortábamos contra las paredes. No sé cómo describirlo, pero fue como si mi consciencia flotara por encima de la sala y poco a poco se concretara en una de las figuras, en una mujer que era yo pero que no era el yo que acababa de ¿abandonar? Miré a mi alrededor con mis nuevos ojos, en mi nuevo y extraño cuerpo, y reconocí a mis compañeros. Galian, su rostro cansado, tenía una fea herida en el brazo que momentos antes no existía, sobre su hombro se posaba un misterioso búho. Junto a ella Lakus se movía despacio, portando un extraño cetro. Por último, Saddin parecía haber sufrido una terrible transformación, su rostro había perdido su habitual serenidad como si el delicado equilibrio que mantuviera con su dios se hubiera decantado al fin, su aura tenía ahora un sabor fuertemente amargo y sentí angustia por él.

Frente a nosotros un elfo negro de piel apergaminada y ataviado con exquisitos ropajes se levantaba del trono. Su voz terrible, vieja y seca, rota como pergamino que se quema y crepita. Su piel se aferraba putrefacta a la bella estructura de su calavera élfica, desfigurando la delicadeza de su raza. Sobre su frente una corona se revolvía y oscilaba en una neblina verde-azulada que serpenteaba sobre su frente y a juego sobre su pecho un medallón se movía también sobre los pliegues de su túnica.

Intentamos acercarnos a él despacio, sin apresurarnos, pero el poder de su voz nos mantenía atrapados en nuestras posiciones. Durante un instante nuestra visión volvió a enturbiarse y, al enfocar de nuevo, una nueva figura se arrodillaba junto al elfo no muerto, su cuerpo famélico y enfermizo parecía incapaz de soportar el peso del libro que portaba en sus brazos. En sus ojos había terror y esperanza.

Sin un momento de duda el paladín echó mano de la espada solar.

“Soy Valaxis, Sumo sacerdote de Penumbra. No escaparéis con vida de aquí, no rescataréis a nadie” – la criatura se dirigió a nosotros y miró al desgraciado que se arrodillaba a sus pies.

Los labios de nuestro elfo se movieron pero ningún sonido salió de ellos y todos nos preparamos para luchar. Por todo el suelo, cientos de huesos se unieron, se elevaron formando rápidamente un pequeño ejército de esqueletos a nuestro alrededor. Galian tensó su arco e, ignorando a los esqueletos, disparó certeramente a Valaxis. Su fecha impactó y cayó al suelo intacta.

Empezamos a luchar sumidos en el más absoluto silencio, ningún golpe, ningún jadeo o exclamación rompían el silencio ensordecedor que imperaba en la sala. Intentamos luchar espalda contra espalda, midiendo las distancias con el roce de nuestros cuerpos, controlando el avance del ingente número de esqueletos que nos rodeaban, cubriendo la espalda de nuestros compañeros; sin embargo, Lakus abandonó la formación defensiva y se escabulló a un lado de la sala. Sobre nuestras cabezas el búho se lanzaba sobre los esqueletos derribando de tiempo en tiempo a alguno de ellos. A nuestros pies los huesos de los esqueletos que conseguíamos derribar empezaron a acumularse, salpicados por la sangre de las heridas que inevitablemente recibíamos.

De repente una sensación de terror me paralizó. Vi a Galian retroceder confundida, incapaz de responder a los ataques que se iban a abatir sobre el paladín prácticamente rodeado. Zafándome del que tenía delante me apresuré a cubrir la espalda de Saddin atacando por la retaguardia a los esqueletos que se le acercaban por detrás mientras Saddin cargaba contra los tres que tenía delante dejando a dos fuera de combate.

Mientras tanto Lakus se había agazapado en una esquina de la sala, seguramente fuera del influjo del hechizo de silencio, y empezaba a entonar la conocida letanía de su bola de fuego. Seguimos luchando, Galian mantenía a raya a uno de los esqueletos mientras Saddin y yo hacíamos los mismo con otros.

La bola de fuego recorrió la sala quemando a su paso esqueletos, al desconocido búho y al famélico esclavo que se arrodillara junto a Valaxis hasta que se estrelló contra el elfo oscuro sin siquiera perturbarle.

Muy al contrario, a su alrededor se levantó un muro de cuchillas que, como un torbellino, giraban a su alrededor impidiendo cualquier acercamiento. Dos de las cuchillas salieron disparadas hacia nosotros pero sólo una hizo blanco hiriendo a Galian levemente. Seguimos luchando contra los grupos de esqueletos que aún se enfrentaban a nosotros. Entonces sentimos como una columna de aire caliente empezaba a formarse a nuestro alrededor…

“¡Salid por patas!” Gritó Lakus.

Corrimos hacia un lado a tiempo de ver cómo una columna de fuego se levantaba en el centro de la sala, en el lugar que habíamos ocupado un segundo antes envolviendo a los esqueletos.

Galian cargó su arco sin perder un instante y liberó una nueva flecha contra el nigromante que se hundió en su cuerpo, tras ella una nueva bola de fuego impactó en él y pudimos ver con satisfacción como esta vez caía al suelo sobrepasado por su potencia.

Valaxis se levantó enseguida pero la cortina de cuchillas que le había protegido había desaparecido sustituida por una imponente maza que blandía en sus manos. Delante de nuestros ojos se desvaneció y reapareció delante de Lakus. Galian volvió a dispararle sin éxito, pero Lakus aprovechó la distracción para agarrar el medallón que pendía del cuello de aquel ser y teletransportarse con él, desapareciendo de la sala.

En medio de la confusión, saqué una de mis dagas, pero no la reconocí, no era una de las que solía utilizar, aunque era de preciosa factura y bien equilibrada. Sin perder tiempo en valorar qué demonios estaba ocurriendo, lancé el arma contra el sacerdote y ésta se hundió en su espalda.

Con los rasgos desencajados por la furia y el odio se volvió contra nosotros intentando descargar toda la fuerza de la maza sobre alguno de nosotros. Saddin interpuso su espada e intentó devolverle los golpes pero parecía que su fuerza hubiera desaparecido y que sus espadazos no tenían el ímpetu de costumbre. La arquera volvió a disparar mientras yo me ocultaba detrás del trono con la esperanza de rodearlo y poder atacarlo por la espalda.

Saddin y Valaxis siguieron intercambiando golpes, Saddin paraba con su escudo pero cada vez parecía más agotado y la fuerza de los golpes del elfo no parecía disminuir. Lakus volvió a aparecer, preparado con el cetro y apuntando al sacerdote.

“¡Saddin, al suelo!”, gritó. La piedra del cetro comenzó a brillar, ganando intensidad, pero tras unos instante interminables volvió a apagarse sin que nada sucediera mientras Lakus se desesperaba por no comprender la naturaleza del cetro. Intentando ganar tiempo Galian disparó otra flecha y yo lancé otra daga que se unieron a las que ya salían de su cuerpo. Saddin, con una rodilla clavada en el suelo tras hacer caso al elfo sacó una hacha con dificultad, su poderosa espada yacía perdida a pocos pasos de él, a una distancia inalcanzable. Un nuevo hechizo se formó en los labios del elfo oscuro y Saddin pareció hundirse un poco más.

El mundo a nuestro alrededor pareció oscilar y perder claridad nuevamente, pero no hicimos caso. Una nueva flecha voló del arco hacia nuestro enemigo, yo me acerqué a él por la espalda, despacio y entonces la luz del cetro se liberó por fin y una enorme mano fantasmal se abatió sobre la criatura. Saddin, aún con la rodilla en tierra, aprovechó para asestarle un tajo salvaje en las piernas, pero en ese momento, en lugar de caer derrotado, los músculos del elfo oscuro se tensaron terriblemente, acumulando una fuerza sobrehumana en un único golpe. Vi la bestial maza describir un arco brutal hacia abajo, imparable, implacable, abriéndose paso a través del yelmo del paladín, destrozando su cráneo y su rostro, sin detenerse, al tiempo que una descarga nacía de ella y se extendía también por su cuerpo hasta vaporizarlo en medio de un destello cegador.

Nota del Narrador: en los diarios manuscritos de Sharra se relatan los hechos siguientes y en otras dos entregas esta semana concluirán la narración completa de esta aventura en las lejanas arenas del gran desierto de Cirinea.

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