En esta ocasión, parece que Angela ha escrito un resumen bastante aproximado a lo que yo escribiría así que leed primero su post y luego continuad con mis reflexiones.
Los trenes japoneses no son tan “comodísimos” como Angela comenta. Son rápidos, eso sí, sobre todo su tren Nozomi, pero me resultan bastante austeros en general. Sí es cierto que de vez en cuando van pasando con unos carritos-cafetería muy cómodos.
Al contrario que en Tokio, en Osaka nos ha hecho un tiempo magnífico, demasiado calor diría yo. Esto nos permite dar los paseos que tanto nos gustan y parar espontáneamente en cualquier sitio descubierto y reclinarnos contra algún desnivel.
Osaka es una ciudad de cemento y cables y de día ni el uno ni los otros resplandecen. Es por la noche cuando aparecen todos las luces y neones. Entonces parece que gana mucho enteros porque la imaginación empieza a construir rápidamente sobre lo que no se ve y el efecto es muy atractivo.
Desde nuestra primera visita en 2006 hay ciertos elementos que constatamos que no han cambiado (esto es una reflexión general ya que entonces no estuvimos en Osaka). Uno de ellos es el gusto de los japoneses por un versión cursi o recargada de los oocidental. Esto se hace notar más especialmente en la vestimenta y las celebraciones. Por ejemplo, todos podéis imaginaros uno de esos salones de boda exageradamente horteras, con dorados, lazos inmensos, esculturas clásicas y mármoles en sitios inéditos. Tomad eso y multiplicadlo por 2 y ahora colocad a una familia “bien” japonesa encantada de haber elegido un lugar tan estupendo para la boda de su hijo.
A nosotros nos resultan mucho más atractivas las ceremonias japonesas (las bodas son sintoístas) porque es todo “diferente” pero quizá a ellos les parezca demasiado “clásico” y disfruten más de una versión caricaturizada de nuestras celebraciones. Por cierto, cuando hablo de occidental, me refiero a Europa, ahora que caigo…
Finalmente, me detendré sólo en un comentario sobre el restaurante de Okonomiyaki en el que cenamos el viernes. Estaba en un centro comercial pero eso era lo de menos. Me pareció curioso que reflejaran tan bien lo que había visto en tantos mangas o animes. El cocinero, un chaval joven, con su pañuelo a la cabeza y apenas unos pocos dientes vivos, al servicio de las planchas. La camarera, una chica “mona” muy sonriente, también joven, teñida de pelirrojo, que en la práctica sólo era una extensión del camarero ya que en un espacio tan pequeño, éste podría bastarse para cubrirlo si no fuera porque podían quemarse los okonomiyaki. No pude evitar pensar en una historia de amor imposible entre el feo y mellado cocinero y la inocente y guapa camarera. Nada muy tórrido, naturalmente.
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