Portada de The Ocean at the end of the lane
Tras varios años esperando una nueva novela de Neil Gaiman, la semana pasada salió a la venta The Ocean at the End of the Lane. Con grandes expectativas y deleitándome en la perspectiva de una tarde de lectura me busqué una postura cómoda en el sofá y empecé a leer. Es una novela corta, algo menos de 250 páginas en un libro de papel de gran calidad que realza la experiencia de sostenerlo entre las manos.
Muy despacio, casi sin darte cuenta, las palabras cotidianas magistralmente tejidas conducen a un mundo de recuerdos infantiles en los que el protagonista rememora uno de los acontecimientos más dramáticos de su infancia. Como en tantas otras historias, el lector es conducido a este mundo al mismo tiempo que el narrador, en este caso un hombre que regresa a su pueblo natal para asistir a lo que se entiende como un funeral, porque nunca es realmente dicho con esas palabras, como tantas otras cosas en el libro.
Es un libro complejo, con muchos niveles y con una cantidad ingente de información en cada párrafo. Puede leerse como un cuento, una historia accesible para niños y para adultos por igual, pero sin escarbar demasiado empiezan a aflorar los otros temas, la infancia, los terrores, la madurez, pequeñas perlas escondidas entre las líneas de cuento de hadas en el que todo es más de lo que parece y el misterio sigue siendo misterio para siempre. Cada fragmento de información maravillosa sobre las criaturas que pueblan esta historia es sólo esbozado, proporcionando un fugaz vistazo a lo que hay detrás sin llegar a poner nombre a nada. Empezando con un protagonista del que nunca se averigua el nombre hasta unos personajes, que aunque nombrados, nunca son realmente conocidos. También la naturaleza misma de las cosas, que se mantiene durante toda la narración rodeada de un halo de misterio que, al borde de nuestro conocimiento como un sueño que se diluye tras despertar, se adivina y rehuye ser concretado.
No quiero decir mucho, no quiero hablar de la trama porque creo que es perfecto leerlo con una mente virgen en la que no haya una idea preconcebida de la historia. Así no se buscará sólo la promesa de la historia y se disfrutará con las palabras y el misterio de las palabras tal y como Neil Gaiman sabe usarlas, con esa sencillez apabullante que contiene un lenguaje mucho más complejo de lo que se podría suponer.
Sólo puedo recomendarlo una y otra vez.
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