como no he visto la trilogía de El Señor de los Anillos hasta la fecha.
En casa, Angela y yo compartimos esta decisión desde un año antes de que se estrenara La Comunidad del Anillo. Recuerdo que en la Mereth Aderthad de la Sociedad Tolkien Española del año 2001, celebrada en Barcelona, hubo mucho espacio para las novedades y los debates sobre la película de Peter Jackson. Para mi sorpresa, nadie parecía tener dudas sobre su deseo de ir a verla tan pronto como pudieran. Digo “para mi sorpresa” porque suponía que en la Sociedad Tolkien Española habría gente que tendría el mismo temor que yo… ver sustituida la imagen de la Tierra Media y los personajes que vivían en mi imaginación intactos y poderosos por la de una película. Tras casi quince años leyendo y releyendo la obra de Tolkien, atesoraba mi creación personal de Bolsón Cerrado, Rivendel, Moria, Fangorn, Isengard, Minas Tirith y Mordor así como a personajes tan especiales como Gandalf o Galadriel.
Que nadie me malinterprete, la existencia de las películas es para mí una fantástica noticia y ha acercado Tolkien a mucha más gente. La crítica fue entusiasta, ganó premios y mis amigos disfrutan mucho con ellas. Soy oficialmente PRO-Películas y dado que era imposible abstraerse de las noticias del rodaje, los estrenos y demás parafernalia, puedo aparentar ante extraños haberlas visto sin excesivo problema.
He disfrutado y fusionado ilustraciones de Alan Lee, Angus McBride o John Howe sin problemas. Esas imágenes estáticas se moldearon muy a gusto en mi cabeza. Sin embargo, una película tiene un poder de “impresión” enorme. Me di cuenta de ello cuando vi la película de dibujos animados de Bakshi de El Señor de los Anillos. Tardé años en eliminar el rastro de esos personajes y lugares, así como la pronunciación de los diálogos (aún recuerdo con horror cuando Galadriel habla de su Señor “S”eleborn… sigh). Ésa fue mi vacuna.
¿Sois de esas personas que pueden estar leyendo un libro mientras suena la televisión a dos metros de distancia? Yo no y os envidio. Igualmente, soy incapaz de sostener los mimbres de mi imaginario si han de luchar contra tres horas de metraje. Dado que la película es un elemento accesorio, entiendo que no estoy renunciando a nada ya que, honestamente, mi imaginación no tiene nada de “incompleto”. Transcurridos estos años algunas personas me han reconocido que al releer el Señor de los Anillos les ha resultado muy difícil volver a su visión original. Otros, en cambio, me aseguran que siguen viendo a Legolas exactamente igual que cuando lo leyeron por primera vez.
Con la llegada de El Hobbit Angela y yo volvimos a analizar nuestra decisión. Por un lado, la historia era más sencilla, corta y manejable. Por otro, había demasiados elementos comunes. Hay hobbits, sale La Comarca, Gandalf, Galadriel, elfos… y la Tierra Media. Tengo bastante claro que Nueva Zelanda es espectacular y algún día haremos un viaje allí pero hemos decidido que ahí queda nuestra relación.
A diferencia de hace 11 años, no hay tanta locura con El Hobbit. Es normal, el “fenómeno” ya no lo es tanto. A mí me gustaría que sí lo fuera. Aquellos años fueron muy intensos en celebraciones de lo tolkienano, actividades de la Sociedad Tolkien Española y presencia en los medios de comunicación de una adaptación de una magnífica obra literaria. Ahora soy testigo de un modelo más “harrypotter” en la afición (o de los que organizan a la afición) y parece algo más estético que otra cosa. No me las doy de cultureta, que voy a la DragonCon desde hace dos años y flipo con sus cosplay, pero ahí se fusionan el medio y su fin y todo parece consistente.
Nos restan dos estrenos más. Seguramente sean consideradas buenas películas (alguna un poco peor, alguna un poco mejor) y luego cada uno a lo suyo de nuevo. Por mi parte, seguiré desviando la mirada cuando pongan anuncios en televisión o me los encuentre en marquesinas. Es un gesto reflejo que hemos desarrollado en casa y hasta nos reímos cuando sucede (simulamos que es como un susto de una película de miedo que no queremos mirar directamente :).
Dado que el efecto beneficioso de no ver las películas es poder releer sin ataduras los libros, eso es lo que estas navidades volveré hacer después de unos cuantos años intentándolo sin éxito. Así que cuando termine de escribir este post me encontrarás sentado en la butaca (tras echar a nuestro gato Goblin) leyendo de nuevo La Comunidad del Anillo casi como si fuera la primera vez…
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