El jueves nos levantamos bastante temprano para que el viaje de siete horas de Hiroshima a Takayama no se llevara todo el día por delante. De Hiroshima cogimos el Hikari hasta Shin-Kobe, en donde tuvimos que esperar una hora hasta que saliera otro Hikari hasta Nagoya. En la estación de Nagoya la mayoría de viajeros continuaba hasta Tokio pero nosotros tomamos el Limited Express Wide View hasta Takayama, con una duración de dos horas y media. Ya hemos comentado lo importantes que son los trenes en Japón y lo cierto es que el viaje fue sobre ruedas. En cada estación, por mucho o poco tiempo que tuviéramos para cambiar de tren, todo parecía fluir fácilmente.
El Limited Express Wide View es un tren considerablemente más antiguo que los de tipo Shinkansen pero mantiene toda la pulcritud y servicios de éstos. Tiene además una “feature” muy de agradecer y es su gran ventanal en los vagones. Digo que es de agradecer porque el paisaje que se disfruta hasta Takayama es espectacular. Las vías del tren discurren paralelas al rapidísimo río Miya-Gawa en medio de bosques y montañas. Como el trayecto del tren es sinuoso y son frecuentes los pasos por cortos túneles, el paisaje no deja de ser atractivo en ningún momento y las dos horas y media se pasan volando. Definitivamente, sólo el viaje en tren subiendo por los llamados Alpes japoneses merece mucho la pena.
Cuando llegamos a la estación nos fue fácil y rápido llegar a nuestro hotel (o mejor, casa de huéspedes o un B&B pero con la segunda B pequeña). Se llamaba Kuwataniya y nos atendió una amable señora que nos dio las indicaciones pertinentes para alojarnos. Dejamos las cosas en la habitación de estilo japonés y salimos a dar un paseo por una zona cercana de templos llamada Teramachi en donde se encuentran las tumbas de los fundadores que se asentaron en la zona a finales del siglo XVI. Antes de llegar a la zona de templos, unos funcionarios de turismo nos hicieron una encuesta sobre nuestra visita a Takayama que quedó en parte inconclusa por lo poco que habíamos visto de la ciudad. La zona de templos se recorre siguiendo una ruta “óptima” (los japoneses son fans de las rutas) y ésta tiene en parte un significado histórico porque se van viendo desde los más antiguos hasta los modernos. Se ven muchos cementerios (entendemos que la mayoría budistas) y buena parte del recorrido se entremezcla con la parte inferior del bosque de montaña que continúa ladera arriba pero que resulta impracticable. Algunos de los templos sí que requieren subir tramos largos de escaleras o seguir durante algún trecho por entre los árboles. Por cierto, que fue en este momento cuando acordamos comprar un repelente para mosquitos porque a mí personalmente me seguían como en una aureola.
La zona de los templos terminaba en un punto pero una pequeña carretera seguía varios kilómetros más y en el plano de la oficina de turismo sugerían seguirlo para alcanzar un bosque en una colina y luego volver a la ciudad. Por la hora que era, sólo pudimos seguir un kilómetro esa carretera y luego decidimos volver haciendo un zigzag que tenía siempre como referencia un afluente del Miya-Gawa, el Enako-Gawa y sus puentecitos. Como eran las seis, la mayoría de las personas con las que nos cruzábamos eran escolares en bicicleta, que habían salido hacía poco de sus colegios. Creo que esto ya lo habíamos pensado en otras ocasiones pero nunca lo habíamos verbalizado del todo y es que en Japón a las 6 de la tarde puede ser de noche y es cuando los escolares vuelven a casa. Cuando en España vemos las series o películas japonesas nos puede parecer que están llegando tardísimo a sus casas y que, encima, tienen que ponerse a hacer los deberes antes y después de cenar. La realidad es que llegan a una hora bastante razonable, hacen algo de deberes y cenan sobre las siete y media, teniendo todavía varias horas más para estudiar, ver la tele, leer o salir a dar un paseo. Angela prefiere claramente la luz diurna acompañando el regreso a casa porque, de esa forma, da la sensación de que aún queda mucho día por delante. Yo creo que es una cuestión de costumbre.
Cuando llegamos al fin al centro de la ciudad (que queda configurado por tres puentes seguidos sobre el río y las calles correspondientes), seguimos con el paseo random() hasta que Angela insistió en visitar la zona de casas viejas que tan bien se conservan en Takayama. De noche, y a pesar de lo que decía la guía, era un bonito paseo pero poco más, ya que esas casas, que son tiendas en su mayoría, no están iluminadas de forma que resalten su “antigüedad” y la mayor parte queda en sombra.
Como estamos más o menos sincronizados con los horarios de comida locales, nos pusimos a buscar un sitio para cenar y acabamos en uno sugerido en la Lonely Planet que nos pareció un acierto total. El lugar se llama Red Hill.
Red Hill, qué decir de Red Hill. Es un lugar sin ventanas pequeño y estrecho y, al menos por la noche, está mínimamente iluminado (entendemos que adrede). Las paredes, el techo, el suelo y la barra están todos tomados por colgantes, extraños souvenirs, dibujos, poemas, leds, cuadernos, sillitas metamórficas, cachivaches y, como diría Angela, roñas. Lo regenta una japonesa de edad indescifrable vestida a lo hippy que abre cuando le da la gana. La carta es muy variada pero destaca su colección de cervezas internacionales. Eso sí, de la carta tiene también lo que le da la gana pero no sabe si lo tiene hasta que entra en su infinitesimal cocina tras una cortina y lo descubre. Por ejemplo, en nuestro primer pedido, dos cervezas, dos entrantes y un arroz frito picante, volvió diciendo que no tenía arroz. Cuando pedí mi segunda Guinness, volvió diciendo que ya no tenía más Guinness.
Nosotros nos sentamos en la barra, que parecía una auténtica trinchera de lápices, cuadernos de dibujo y dedicatorias al local, cuencos de todo tipo y cablecillos que alimentaban a los leds de múltiples ¿botellas? Sin embargo, al final del local también había una mesucha con varias sillas sobre la que colgaba peligrosamente una televisión decana que proyectaba vídeos musicales de un género que no supimos determinar ¿tecno-pop-random? Allí es donde se sentaron media hora más tarde una pareja de australianos. En el local, aparte de nosotros, sólo estaba un parroquiano más. Iba con el atuendo de Salary Man (suit negro) y jugaba con su ¿iphone? gracias a una wifi que nosotros no pudimos disfrutar hasta la noche siguiente. Había, sin embargo, un ordenador disponible para los clientes. El ordenador estaba montado en una silla y en otras dos había colocado alguien el ratón y el teclado minúsculo, de manera que tenías que ponerte en cuclillas para usarlo. Tras desactivar el salvapantallas de fotos de gatos (nos imaginmos que todos suyos) traté de subir una reseña que llevaba en el pendrive y al copiar el texto usando un Windows japonés, las tildes y las eñes fueron sustituidas por caracteres de escritura japonesa.
El otro parroquiano parecía silencioso pero de vez en cuando entablaba conversación con la dueña que podía estar escondida en la cocina durante bastantes minutos preparando los platos. Nosotros apostamos a que el hombre era ya habitual del lugar y que estaba trabajando una relación de “amistad”. El baño, por cierto, era exacatamente igual que el local pero en dos metros cuadrados.
En fin, nos lo pasamos muy bien en ese ambiente y al rato nos volvimos al hotel a dormir.
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