Viajamos en tren desde Boston a Nueva York el lunes pasado. Tras una estancia más que agradable en una de las ciudades más antiguas del país, nos preparamos para rematar el viaje en la ciudad que es la capital cultural y financiera del mundo. Del viaje no hay mucho que resaltar, siempre es interesante viajar en tren por un país ya que por sus ventanillas se descuben aspectos que son muy difíciles de apreciar de cualquier otra forma. Esto nos ha sido especialmente útil en nuestros viajes por Japón, ya que la red ferroviaria es tan buena que el viaje es una delicia por sí solo. No ha sido el caso en esta ocasión, el tren que une Bostón con Nueva York, al menos el que cogimos nosotros, no era demasiado bueno y las ventanas, una de las grandes ventajas de viajar en tren, una ridiculez, así que ha sido un tanto decepcionante. Un descanso después de tanto avión, pero por debajo de nuestras expectativas.
Nuestro primer contacto con Nueva York ha sido Brooklyn. Nos alojamos en casa de una pareja muy agradable en un loft en lo que ahora es un barrio de familias con niños y perro, para desconsuelo de nuestros anfitriones. Tenemos opiniones encontradas con respecto al barrio. A Pablo le gusta y viviría en él sin pensarlo, a mí me parece un poco alternativo para mis estándares, aunque me voy acostumbrando y voy encontrándole sus encantos.
En estos dos días que ya llevamos en la ciudad hemos andado mucho, pero mucho mucho mucho. El primer día nos levantamos prontito y nos fuimos a la Estatua de la Libertad y a Ellis Island, como buenos turistas. Entre las hordas de gente llegamos a la Estatua de la Libertad, le hicimos unas cuantas fotos y nos volvimos al ferry hacia Ellis Island. Aquí nos dimos una vuelta por el edificio en el que se retenía a los inmigrates, principalmente europeos, hasta que eran admitidos en el país. Es un paseo tan interesante como contradictorio por la historia reciente del país. Hasta hace unos veinte años este lugar estaba completamente abandonado y ha sido espectacularmemnte restaurado y acondicionado para mostrar el proceso por el que tenían que pasar todos aquellos que huían de una vida penosa en Europa buscando la promesa de la “Tierra Prometida”. Nos ha recordado bastante a una especie de campo de concentración voluntario en el que la gente esperaba el visto bueno.
Un poco hasta el gorro de tanto turista de cámara fácil, porque hay que ver la cantidad de fotos y de fotos absurdas que se hace la gente, nos volvimos a Manhattan. Sin un plan muy definido en mente, pasamos la tarde recorriendo el distrito financiero y asombrándonos por la magnitud de los edificios, por el gigantesco solar en el que se levantaban as Torres Gemelas y el maldito calor húmedo que hace en esta ciudad. Todo es tan grande, todo tiene unas dimensiones tan imponentes que es completamente diferente a lo que se puede encontrar en las capitales europeas. No me parece ni mejor ni peor, sólo completamente diferente, es algo que hay que ver por uno mismo. A media tarde nos volvimos a Brooklyn cruzando el puente de Brooklyn y nos fuimos a descansar un ratillo antes de la cena, por cierto en un sitio muy majo del barro recomendado por nuestra anfitriona.
Hoy nos lo hemos tomado con más calma, que estamos de vacaciones y las ojeras me están matando ¬¬. Después de una larga charla nocturna con el novio de la anfitriona, nos levantamos más tarde, desayunamos con calma y nos fuimos a dar una vuelta por el Midtown. Times Square, ha sido la primera parada. Completamente abarrotada de gente y con un estilo un poco “parque-de-atracciones” la hemos visto y nos hemos ido corriendo a la Quinta Avenida buscando el Empire State Building, otro infierno turístico. Casi nos lo pasamos porque a pie de calle no lo reconocíamos ? El edificio es una maravilla, me han encantado su decoración y el estilo de los detalles de la iluminación, los techos y los suelos, me hubiera gustado poder disfrutarlo con más calma, sin que nos fueran llevando de la mano por todas partes. Supongo que es inevitable para que todo el mundo pueda verlo, pero se pierde el detalle de una arquitectura y una decoración que ya no se hacen. Las vistas desde el observatorio también son muy recomendables y aunque, como ya he dicho, la cantidad de gente hace que se pierda bastante encanto, la visita merece la pena. Un detalle que me ha gustado mucho han sido las “tuberías” por las que supongo que bajaba el correo desde todos los pisos a algún lugar de distribución, muy futurista tipo años 20 y una solución muy sencilla y elegante.
Tras las visitas turísticas de rigor, nos hemos ido a un parquecillo a tomarnos nuestro sandwich casero (un acierto lo de llevar un sandwich de casa y poder comértelo en cuanto te entra el gusanillo). Una cosa que me ha gustado mucho de esta ciudad es que la gente llena los parques a la hora de comer y estos están llenos de bancos o sitios para sentarse que facilitan que la gente pueda hacerlo. Me parece una gran idea y algo que en Madrid debería ser factible aunque me da la sensación de que con tanto vándalo suelto por nuestra ciudad los bancos y las sillas iban a durar dos días…
La tarde no ha sido muy larga, hemos subido la Quinta Avenida hasta la Catedral de San Patricio y, después, Central Park y tras un corto paseo por el parque, al que pensamos volver, nos ha tocado la indispensable visita a una tienda de cómics local.
Entre tanta visita turística y tanto paseo, también hemos aprovechado para hacer algo que nos gusta hacer en todas partes y es salir de las calles donde se agolpan los turistas y ver las de más allá. Cuando desaparecen los turistas y sólo ves a los indígenas en sus vidas diarias. Estas zonas no son especialmente interesantes desde el punto de vista de los monumentos o la historia, pero nos permite apreciar la verdadera ciudad, la que no está en la guía y por la que no pasan los autobuses turísticos. Este pasatiempo requiere tiempo y renunciar a ver algunas de las otras cosas pero aporta otra visión.
Ya de vuelta en Brooklyn y tras una cena en otro agradable restaurante local, nos toca descansar para mañana, que nos toca museo.
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