Death Love DoomNota del Narrador: esta crónica tiene su particular historia. Relata unos acontecimientos vividos sólo por Saddin Konnin y Sharra Nirthanbei pero que ninguno de los dos recuerda. Casi una semana de su vida quedó borrada de su mente hace meses. Sólo tienen constancia de haber naufragado en las negras arenas de una isla en mitad de ninguna parte junto a sus compañeros Lakus y Galian. En esos seis días ocurrieron muchas cosas, éste es sólo un fragmento (jugado meses después como un imposible flashback) que sucedió a lo narrado aquí. Hace unos meses publicamos una reseña de esta publicación.
Hace un par de días Saddin Konnin y yo salimos del Asylum con un encargo especial de Paulus, el prior de su orden. Tras la muerte de Lord Albritch no hay ningún pariente que pueda reclamar la importante herencia del Lord. Así, la Orden del Dragón tiene la intención de afianzar su poder en la zona asumiendo la gestión de sus bienes.
Con las cartas y documentos preparados por Paulus no nos ha sido difícil convencer a las autoridades de la legitimidad de mi reclamación de la herencia, ahora, tras hablar con el notario, sólo queda conseguir unos documentos complementarios en los que se detallan muchos de los negocios navales de Lord Albritch. Los citados documentos están en poder de un viejo amigo y socio de Albritch en “Lazos de Sangre”, una casona propiedad de mi difunto “tío” en la que habita dicha familia, los Forlod.
Hemos hecho algunas averiguaciones sobre la familia Forlod y además del cabeza de familia, Erasmus, en la casa viven su esposa, su madre y los cuatro niños de la pareja, además de una niñera y otras personas del servicio.
Saddin ha averiguado que desde hace varios días nadie ve a Erasmus y parece que hay un grupo de hombres que planean entrar a robar en la casa. Nuestra idea es partir esta misma tarde, intentando adelantarnos a los ladrones y además de avisar a la familia conseguir los documentos cuanto antes.
[…]
Descansamos una vez más entre los muros del Asylum. Sinceramente espero que Paulus y su orden sean capaces de mantener a salvo ese artefacto maldito de una vez para siempre. De algún modo estos objetos siempre encuentran la forma de volver al mundo corrompiendo a sus más celosos guardianes más allá de cualquier posibilidad de redención.
Cabalgamos desde la posada hasta Lazos de Sangre en un abrir y cerrar de ojos, apenas a cinco kilómetros de distancia, nos encontramos frente a sus muros antes de que anocheciera. A pesar de la incipiente noche la casa permanecía a oscuras y no había ningún movimiento en el exterior. Nos dirigimos directamente a la casa, descartando pasar por los establos o cobertizos que había dispersos por la propiedad.
El edificio de tres plantas permanecía en silencio y el recuerdo de unos días antes en la mansión de Lord Albritch volvió a mis pensamientos. Observamos que las ventanas de las tres plantas estaban inusualmente oscuras, no sólo es que no hubiera luz en el interior sino que los cristales habían sido oscurecidos por otros medios. En la primera planta todas las ventanas estaban ennegrecidas desde dentro, como oscurecidas por el humo denso de algún fuego que su hubiera encendido en las habitaciones. En la segunda planta parecía que todas las cortinas habían sido cerradas. Las ventanas de la tercera planta brillaban como espejos sin dejarnos adivinar nada de lo que hubiera detrás de ellas.
Llamamos a la puerta despacio, ya con las armas desenvainadas. Durante unos segundos no oímos nada y después un gemido lastimero. Con la llave del notario entramos rápidamente. El recibidor estaba a oscuras pero de alguna habitación venía una tenue claridad. El quedo llanto se seguía escuchando. Saddin gritó el nombre de Erasmus pero toda su respuesta fue el ominoso sonido de pasos arrastrados en la planta superior. Nos miramos un instante y decidimos proceder en silencio. Adelantándome al paladín, entré en una de las salas que se abrían al recibidor. En el suelo de lo que parecía una sala de estar se esparcían varios juguetes rotos. A medida que mis ojos se acostumbraban a la semioscuridad empecé a distinguir algo más. Todas las paredes, ventanas, todas las superficies, los muebles e incluso el techo estaban horriblemente salpicadas con sangre, como si algo o alguien hubiera estallado en el centro de la habitación y toda su sangre se hubiera esparcido por la estancia. Un escalofrío recorrió mi espalda porque ¿qué podía provocar eso? Ningún arma que yo conozca es capaz de matar así y sin dañar nada más, todos los muebles estaban intactos.
Saddin se reunió conmigo y juntos entramos en la sala contigua, la sala de la que provenía la tenue luz. ¡Oh, Valion! Si pudiera borrar el recuerdo de los horrores de aquella casa… Esa primera sala cubierta de sangre sólo había sido un aperitivo para lo que nos esperaba en las demás. El lastimero llanto elevó nuestros ojos al techo y allí, colgada de su espalda encontramos a una niña de no más de ocho años. Sus extremidades estaban dislocadas y rotas terriblemente para formar los brazos de una macabra lámpara. En sus manos y en sus pies habían clavado las velas encendidas que eran toda la iluminación de la sala. Pero no era todo, ¿cómo es posible que estuviera aún viva con sus tripas colgando de su vientre abierto? El olor de la sangre, de la muerte, de las velas ardiendo. El goteo constante de la sangre que caía de sus heridas y su llanto… ¿Por qué los dioses no la dejaban morir?
‘Hay que matarla’, le dije a Saddin. El paladín movió su espada rápidamente. La niña nos miró asustada pero antes de que la espada de Saddin acabara con su vida susurró: ‘Fue aquella noche después de cenar, papá…’
Cerramos las puertas de aquellas habitaciones detrás de nosotros y cruzamos el pasillo al ala este de la casa. Dos habitaciones más para investigar. Nuevamente me adelanté un poco y entré en la sala de música. Al principio todo me pareció en orden pero cuando iba a respirar aliviada vi algo en la chimenea. Con Saddin ya en la sala nos acercamos a ella para descubrir un cuerpo completamente destrozado tapando el tiro. Ningún ser humano podría haber contorsionado y destrozado un cuerpo de esa manera para meterlo en aquel agujero.
‘¿Qué está pasando? Esto no lo ha hecho un ser humano’. Pero Saddin aún no podía darme una respuesta.
Entramos en la segunda habitación, el despacho. Sin duda los documentos que buscábamos debían estar allí pero no sabíamos dónde empezar a buscar entre la ingente cantidad de papeles que se amontonaban en la mesa, los cajones y las estanterías. Probamos suerte en un enorme arcón cerrado con tres candados. Conseguí abrir dos de los tres y la fuerza de Saddin fue suficiente para poder echar un vistazo en su interior. Sólo monedas.
Cerrando las puertas de la sala de música y del despacho subimos a la planta superior. Dos escaleras subían a ella, una en la sección central de la casa, frente al recibidor, y otra en el ala este. Subí por las del ala este a un pequeño distribuidor al que se abrían cuatro puertas y otra escalera. Los pasos lentos que habíamos oído al entrar venían de una de las habitaciones al final del distribuidor. Bajé e indiqué a Saddin el origen de los ruidos antes de que subiéramos los dos. Sólo la daga de luz que Saddin había arrebatado a Lord Albritch nos iluminaba cuando entramos en el dormitorio principal. Un hombre de mediana edad desnudo caminaba lentamente, con la mirada completamente perdida, sin mirarnos se dio la vuelta y en su espalda vimos un enorme insecto aferrado a él, sus mandíbulas se hundían en su nuca hasta el cerebro y podíamos oír el sonido húmedo de sus pinzas frotando contra los bordes del cráneo y los sesos. En la parte inferior, lo que debía ser el aguijón desaparecía en el interior de las nalgas. Sin pensarlo dos veces Saddin se lanzó contra él, intentando cortar al insecto en dos. El hombre se giró más rápido de lo que habíamos esperado y cayó al suelo de espadas, de sus genitales salió despedido un chorro de un asqueroso líquido negruzco. Saddin lo esquivó a tiempo de ver como el líquido que se había pegado al techo comenzaba a humear.
‘¡No fui yo, no fui yo, fue el colgante!’, gritó el hombre mientras empezaba a levantarse. Con un sonido nauseabundo el aguijón salió del interior del infeliz. La sangre que chorreaba caía al suelo dejando un rastro que se extendió por las paredes cuando, como si fuera un látigo, la criatura lo chasqueó contra Saddin.
Aquel hombre no tenía posibilidad de salvación así que lancé una de mis dagas contra su pecho con la esperanza de acabar con los dos. Saddin, esquivando el ataque del aguijón, avanzó su espada en un movimiento certero y ensartó al hombre, sin embargo, su espada no se hundió lo suficiente y ni siquiera tocó a la criatura.
Cayeron al suelo, el hombre se retorcía entre violentos espasmos dándonos la ocasión de atacar al parásito. Hundí mi cimitarra en su duro exoesqueleto, empujando hasta alcanzar el tejido blando más profundo, pero siguió atacándonos y, al sacar mi sable de su asqueroso interior, logró alcanzarme el brazo con su aguijón.
Con ambos aún en el suelo, Saddin descargó un violento golpe en ambos llevándose por delante uno de los brazos del hombre e hiriendo al bicho que ya empezaba a desangrarse en el suelo. En un intento de huir de nuestros ataques, se desenganchó de su víctima y se lanzó contra mí. Con un sentimiento de repulsión absoluto, interpuse mis brazos en su trayectoria y lo empujé lejos de mí. Cayó al suelo y rápidamente se escabulló bajo la cama.
Asqueados y deseando acabar con él de una vez por todas nos acercamos a la cama. El paladín, convocó una esfera de luz y la situó sobre la lámpara, iluminando así la cama que había debajo. Con la idea de sacarlo de allí, encendí una antorcha. La criatura intentó atacarme en balde. Mientras Saddin seguía intentando atarcarle y mantenerlo ocupado, el bicho salía cada vez más de su escondrijo. Aproveché para atacarle con la antorcha, su caparazón empezó a chamuscarse y un olor hediondo se extendió con el humo de la quemadura. Herido, volvió a intentar esconderse de nosotros pero el paladín lo interceptó con su espada y finalmente logró partirlo en dos. Respirando al fin, vimos como se disolvía en un humo negruzco sin dejar rastro.
Registramos el dormitorio en busca de alguna pista pero sólo encontramos un cofrecillo con algunas monedas, tal vez de algún niño, así que sin perder más tiempo salimos de allí cerrando la puerta detrás de nosotros.
La habitación contigua era un espléndido vestidor rebosante de suntuosas ropas y joyas. Íbamos a marcharnos cuando, de entre las ropas vimos aparecer una mano. La muchacha salió de detrás del armario, despacio. Esperamos. Tras segundos eternos vimos su cuerpo atacado por otro de esos asquerosos parásitos.
‘¡Tírate al suelo!’, gritó Saddin. La chica obecedió y Saddin, poniendo el pie sobre ella para evitar que se moviera cortó a la criatura lateralmente.
‘¡Yo no lo toqué!’, lloriqueaba. ‘¡Mi tío lo arreglará todo!’.
El bicho atacó de nuevo pero desde su posición no consiguió herir a Saddin. Me acerqué a él, e intentando herirle sin tocar a la chica, que aún no estaba en un estado como el del hombre al que habíamos encontrado en el dormitorio, clavé mi cimitarra y la extraje con cuidado, el líquido del interior cayó al suelo humeando y quemando la madera. En ese momento sentí su aguijón hundirse en mi pierna y mis ojos se nublaron súbitamente.
No sé que pasó a continuación con certeza, Saddin acabó con él y de alguna forma logró sacarme de la casa. Cuando abrí los ojos de nuevo, varios clérigos se movían a mi alrededor y un punzante dolor en la pierna traía el recuerdo de lo que había sucedido.
Saddin estaba allí, hablando con ellos, convencido de que la casa estaba tomada por algún demonio. Allí también estaba la muchacha. Su nombre era Sabrina y era la niñera de los niños de la familia. Aterrorizada pero con el suficiente autocontrol para contar de forma algo confusa que la raíz del problema había sido un collar que Erasmus había regalado a su esposa y que ésta pensaba que en realidad era para la niñera. ¿Hay alguna historia más vieja que los celos y la infidelidad?
Tras descansar un poco más volvimos a la casa. Alguien había entrado, el despacho estaba revuelto y echamos en falta algunos objetos de valor. Subimos a la segunda planta, doblemente alertas por lo que escondía la casa y por los ladrones que podían seguir allí.
Retomamos nuestra investigación por las habitaciones que aún no habíamos explorado. La primera, para nuestro alivio, estaba intacta, en perfectas condiciones y no guardaba ninguna sorpresa desagradable. Sin embargo, el dormitorio contiguo nos depara otra sorpresa desagradable. Tirado en el centro encontramos a un muchacho horriblemente mutilado. Sus piernas y sus brazos habían sido intercambiados dando a su cuerpo una silueta grotesca. Sus tripas se desparramaban por su costado y tanto su boca como sus genitales estaban rodeados de sangre seca. Con horror, comprobamos como tanto su lengua como sus genitales habían sido cercenados y dispuestos en un símbolo arcano de muerte pintado con sangre. Inconcebiblemente aún respiraba, el sonido pesado y agónico de su respiración ahogada por su sangre era el único ruido en aquella habitación. Sin pensarlo dos veces hundí mi cimitarra en su pecho y le di paz.
En silencio, ya no sólo nacido de nuestro deseo de no ser vistos sino también del incomprensible horror que encontrábamos detrás de cada puerta, subimos a la última planta.
Siete puertas se abrían al distribuidor. Siete promesas de sangre y maldad.
Tras la primera sólo una habitación para bebés, dos cunas, juguetes, pañales y detalles encantadores para acoger a los miembros más pequeños de la familia. Sólo sentí un escalofrío pensando en el destino de esos infantes y la tranquilidad de esa estancia en medio de tanta locura.
El siguiente dormitorio, como si se tratara de un juego de esta sí esta no, lucía un nuevo monumento enfermizo. Las paredes estaban cubiertas de una sustancia negruzca. Clavada en la pared estaba la cabeza de una mujer cuyo cuerpo, tendido en la cama, había sido abierto en canal, entre las burdas costuras hechas para cerrarlo puñados de paja y algodón asomaban. Todos los dedos de sus manos se doblaban en ángulos imposibles.
Nuevamente, el siguiente dormitorio desplegaba una normalidad insultante, con juguetes de niña en el suelo y en las estanterías, como su su pequeña ocupante fuera a volver a ellas en breves instantes.
A continuación otra escena de pesadilla. Los ladrones pagaron el precio de su codicia con creces. Los tres hombres que encontramos en aquella habitación habían sufrido otras muertes horripilantes, ¿acaso podía ser de otro modo?
Todos ellos estaban ataviados con las ropas que debían haber pertenecido a la niñera, sus cuerpos, más grandes que los de la muchacha que habíamos dejado al cuidado de los clérigos, eran demasiado corpulentos para ocultarse en sus pequeños vestidos y parecían una imitación grotesca de un disfraz. Uno de ellos estaba a cuatro patas en el centro de la habitación, sus entrañas se desparraban debajo de él, colgando aún de su interior, en una mano tenía un cepillo y parecía congelado en su burdo intento de limpiar el suelo de sus propias tripas. El segundo estaba tendido en la cama con el abdomen artificialmente hinchado. El tercero de los infelices estaba en un rincón sosteniendo el gran cuchillo que sin duda había empleado para reducir sus piernas a pequeños daditos de carne sanguinolenta.
El trastero tampoco contenía signos de que la locura que parecía haberse adueñado de la casa. Seguimos al siguiente dormitorio, el cuarto de la niñera. En su centro encontramos el cuerpo de un niño pequeño, rodeado por un círculo de sangre. La mitad de su cráneo estaba partida y su contenido se vaciaba en el suelo. Dos piernas y dos brazos extras estaban cosidos en los costados de su cuerpecito y se movían levemente con las inspiraciones y expiraciones de sus pulmones aún luchando por mantenerle con vida. Al igual que con otras de las víctimas, había sido destripado y además todas sus costillas habían sido extraídas y se disponían ordenadamente a su alrededor junto con sus órganos debidamente etiquetados.
Sin siquiera pensarlo, terminamos con su vida y abandonamos la habitación.
El último dormitorio de la planta guardaba la última sorpresa para nosotros. A la acogedora atmósfera que le conferían una mecedora convenientemente dispuesta junto a la ventana, con un costurero y la labor reposando en su asiento, contrastaba con la mujer joven que, tirada en el suelo, permanecía unida por el cordón umbilical a un feto en avanzado estado de gestación que nos miraba. La mujer se mantenía alejada de él, los ojos abiertos en una mueca de terror absoluto. Corrí hacia ella y até el cordón intentando evitar que pudiera desangrarse. El niño se levantó apoyándose en sus brazos y una sensación de calma, calidez y la seguridad más absoluta nos envolvió, para sernos arrebatada unos instantes después con una desgarradora violencia. Trozos de vísceras salieron disparados del útero de la madre hacia nosotros y Saddin respondió cortando el cordón que lo mantenía unido a la madre. El niño se desplomó y se quedó quieto. Saddin contempló a la madre durante largos instantes.
‘Él no me quería,’ decía con un odio apenas contenido. ‘Fue culpa suya. No quise a mi hijo. Fue el collar.’
La mirada de la mujer estaba fija en un aparador en la habitación. Saddin fue hasta él y allí encontró el famoso collar. En él el mismo símbolo de muerte que habíamos visto pintado en el suelo destacaba entre hermosas gemas.
‘Ten cuidado a quién se lo das, era mi regalo y mira lo que provocó.’ Añadió la mujer.
Sin prestarle mucha atención, el paladín intentó romper el collar con un fuerte golpe de su espada, pero éste permaneció intacto y, en sus rasgos, pude ver como un interés diferente asomaba a sus pensamientos. Con la fuerza de voluntad propia de su entrenamiento, puso el collar a buen recaudo dentro de una de sus bolsas y, así, abandonamos la habitación para dirigirnos al sótano, el único lugar que no habíamos explorado aún y donde esperábamos encontrar al demonio que a todas luces se había apoderado de la casa.
De camino, Saddin me contó que la mujer que acabábamos de dejar brillaba con una maldad intensa pero que, a pesar de todo, no era la fuente del mal que había destruido a la familia.
En el sótano de la casa se encontraban las cocinas. Oímos ruido al acercarnos y, preparándonos para lo peor, entramos en ella. Una anciana nos daba la espalda, en sus manos unas tijeras ensangrentadas se movían arriba y abajo en una tarea que preferíamos no contemplar. Al percatarse de nuestra presencia se dio la vuelta y se enfrentó a nosotros. Las cuencas de sus ojos estaban vacías y la sangre se derramaba por sus mejillas como lágrimas corrompidas. Estaba desnuda y los ojos arrancados ocupaban el lugar de sus pezones en sus pechos secos y arrugados. Entre sus piernas introducía toda clase de objetos, cuchillas, agujas, trozos de los utensilios de cocina que se esparcían por todas partes. La luz de la lumbre era la única que iluminaba la cocina, suficiente para luchar, pero compasivamente tenue para ocultar algunos de los horrores que había perpetrado el ser que habitaba el cuerpo de la anciana.
Con un grito inhumano se lanzó contra nosotros. Esquivamos su primer ataque y vimos con extraños tentáculos fantasmales se retorcían y enrollaban a su alrededor. Sacando mi cimitarra y una daga conseguí herirla y mantenerla a raya para que Saddin pudiera asestarle un certero golpe con su espada. La anciana nos devolvió el ataque pero parecía como si la mente que la habitaba estuviera aún centrada en la tarea que había estado llevando a cabo sobre la encimera de la cocina cuando entráramos porque sus golpes erraron sus objetivos. Volvimos a atacarla y Saddin logró propinarle un formidable golpe en la cabeza, del feo corte manó el mismo líquido negruzco que habíamos visto por toda la casa y los rasgos de la mujer se contorsionaron en una mueca de rabia. Aulló. Enfurecida se lanzó contra el paladín pero sus movimientos torpes con las tijeras sólo lograron que se cercenara dos dedos y más sangre negra cayera al suelo.
‘¡Luego los coseré!,’ chilló y saltó hacia atrás. Aprovechando el movimiento deslicé la daga por su espalda y se la hundí en ella. Despistada con mi ataque Saddin aprovechó para volver a atacarla y de un tajo inutilizarle el antebrazo.
Aturdida, siguió hablando incoherentemente, moviéndose con torpeza y errando cada uno de sus ataques. Aún así seguía siendo peligrosa y en un largo intercambio de golpes conseguimos alternativamente aumentar el número de sus heridas recibiendo algunas a cambio.
En un intento desesperado por acabar con nosotros saltó hacia la lumbre y nos arrojó un caldero hirviendo, trozos de carne ennegrecida se desparramaron por el suelo. Aprovechando la distracción de la anciana cuando intentaba hacerse con él, me oculté en las sombras de la habitación, dejando que el foco volviera a caer en el paladín. Entendiendo nuestra estrategia, él atacó a la criatura de nuevo, rozándole el cuello con la espada. Los tentáculos se lanzaron contra él y en ese momento, atacándola por la espalda terminé el corte que había empezado la espada de Saddin y su cabeza rodó por el suelo. El cuerpo se desplomó en ese instante y los tentáculos que lo habían rodeado desaparecieron en una nube informe que fue absorbida por el collar que guardaba Saddin.
Así, con la seguridad de haber acabado con el mal que poseía la casa, volvimos al pueblo. En silencio, ponderando las escenas aterradoras que aún se representaban en las habitaciones de la mansión. En mi mente además circulaba la idea de que Saddin me había salvado la vida al sacarme de ella tras el aguijonazo del gigantesco parásito que había intentado afectar a la niñera.
Regresamos unas horas después, acompañados por la guardia y el notario. Nuestra visita fue breve y, tras hacernos con los papeles motivo de nuestra visita inicial, dejamos todo en manos de las autoridades y nos dirigimos al Asylum en el que ni siquiera la paz de sus muros pueden borrar de mi memoria la magnitud del mal que habíamos presenciado.
Paulus se hizo cargo del collar maldito y nos contó que el objeto, el collar de la Reina Insomne, creado por el Rey muerto de Duvan’Ku había sido diseñado hacía tiempos inmemoriales para matar a dos amantes…
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