Tokio y fin
Hace una semana que tenía esto escrito y se me había olvidado, ¡vaya despiste! Aquí dejo la despedida y cierre de nuestras vacaciones
El final siempre es en Tokio. Después de nuestro desastroso intento de ver un festival de los más famosos de Japón (ver el post sobre Takayama), nos marchamos a Tokio unas horas antes de lo que teníamos pensado. La lluvia nos acompañó todo el viaje y siguió cayendo durante la noche. Nuestro hotel estaba en el barrio de Shibuya y la verdad es que fue toda una proeza cruzar el paso de peatones más famoso del mundo con todos los paraguas entrecruzándose :-)
Ya hemos estado en Tokio unas cuantas veces y notamos que aunque le vamos cogiendo el tranquillo a la ciudad, hemos perdido mucha de la capacidad que teníamos de sorprendernos por todo de la primera vez, lo normal, pero se echa un poquillo de menos.
Durante los dos días y medio que hemos estado en Tokio hemos vuelto a los sitios que nunca podemos dejar pasar, como Akihabara (el barrio de la electrónica y el manga). Nos hicimos una lista con cosas que queríamos ver o comprar y las dividimos entre el domingo y el lunes.
El hecho de que fuera domingo o de que el lunes fuera una fiesta nacional, el Día de la Salud y el Deporte, no afecta demasiado a las tiendas, que en las zonas más comerciales como Shibuya, Shinjuku o Akihabara abren pase lo que pase, pero las convierte en un infierno de gente. El domingo nos fuimos a Akihabara a echar un vistacillo a las tiendas de manga para buscar una figura que quería mi hermana y para ir a Yellow Submarine (ver el post de Pablo sobre ello, fantástica) y Super Potato. La primera es una tienda de juegos y juegos de rol estupenda con este airecillo cutre y con olor a libro de reglas manoseado tan conocido por los fans del roleo. En cuanto a la segunda, es una tienda de retro gaming, tiene dos plantas con juegos, consolas y maquinitas desde la primeras que salieron y una tercera con máquinas que imagino rescatadas de algún salón de juegos de los 80 – 90, 100 yenes la partida. Es el paraíso de la nostalgia para los que estamos entre los de veinti-muchos a cerca de cuarenta.
En línea con la visita a Akihabara, por la tarde nos fuimos a una de las tiendas más famosas y surtidas de mangas: Mandarake. Aunque nuestra primera visita la disfrutamos bastante la primera vez que fuimos a Tokio, esta vez fue una pesadilla. La tienda se encuentra en un centro comercial de pasillos diminutos y laberínticos que en un día como el domingo eran como un hormiguero. Yo sólo quería salir corriendo de allí, en fin. Buscando una tienda de niños para regalar algo a unos amigos que han tenido un bebé, nos fuimos a Harajuku para ver las tiendas de Omotesandō una calle comercial en la que se encuentra todas las grandes firmas y en la que está Kiddyland, una tienda para niños bastante grande. Así, entre paseos e idas y venidas en metro, se nos fue el día.
El segundo día nos propusimos encontrar las botas perfectas, otra vez. La verdad es que ir de tiendas es una de las cosas que menos me gusta, es un rollazo, siempre hay mucha gente y nunca encuentras lo que te gusta o vale, acabas con dolor de espalda y aburrido. Con esto en mente nos dimos un paseo por Shibuya, ya que es una de las zonas comerciales con más tiendas que hay y al contrario que Omotesandō o Ginza, de las que te puedes permitir. No tuvimos mucho éxito y, ya que no habíamos estado nunca, nos marchamos a Roppongi Hills, una zona bastante nueva de Tokio con un centro comercial que merece la pena ver, con muchos espacios abiertos y arquitectónicamente interesante.
Por allí nos encontramos con que se estaba celebrando una especie de campeonato de Go, así que os quedamos un rato a verlo, hasta que acabó la partida que estaba en curso. Después de unos paseos más por Roppongi, por Harajuku y por Shibuya, nos volvimos al hotel a descansar y a disfrutarlo un poco, que no era de los baratillos. Cenamos estupendamente en el bar de la planta 40, con unas vistas magníficas de la ciudad y nos tomamos unos mojitos para celebrar que lo habíamos pasado muy bien.
Conclusión
Creo que el viaje ha sido magnífico, lo hemos pasado muy bien y hemos descubierto nuevas zonas y regiones que no conocíamos. Aunque como ya escribí en el post anterior, hemos perdido la capacidad de sorprendernos por casi cualquier cosa y empezar a ver los defectos que al principio pasan desapercibidos, nos ha encantado. Japón es un país muy interesante, altamente recomendable para visitar y disfrutar. Muchas de las ciudades no son bonitas o tienen muchos monumentos que visitar, especialmente porque fueron arrasadas en la Segunda Guerra Mundial, pero tienen una personalidad única que las hace interesantes para pasear e intentar captar esas esencia extraña de modernidad, feo hormigón y neón. Su atractivo no está en sus antigüedades, como las ciudades europeas, sino en una personalidad difícilmente definible, en un aire que sólo se descubre paseando y paseando. Pero cuando se visita un país no hay que perder de vista tampoco las zonas más antiguas para comprender de donde viene, para comprender su arte y aprender algo de su historia y el entorno en el que ésta se ha desarrollado. A pesar de todo, seguimos encontrándonos con cuestiones que no hemos conseguido desvelar, algunas de ellas recogidas en el post de Pablo: Miscelánea. A mí la que más me atormenta son los escolares de uniforme hasta los fines de semana y los festivos, ¿tienen cole? ¿dónde van de uniforme? ¿es que nunca descansan?
Está claro que volveremos, aunque no en los dos próximos años, que también queremos ver otras cosas.