Onomichi
El segundo día en Hiroshima lo habíamos planeado dedicar a visitar el pueblo costero de Onomichi. Onomichi está a poco menos de una hora desde Hiroshima y es famosa por dos motivos: su circuito de 25 templos alrededor de una colina y por haber sido en el último siglo un punto de encuentro de escritores japoneses “vanguardistas” (en Japón eso suele querer decir “socialista”).
Nos despertamos pronto y cogimos el enésimo tranvía hasta la estación de tren de Hiroshima. Desde allí fuimos en un tren hasta Mihara y de Mihara nos subimos al tren con destino Onomichi. Aunque la previsión meteorológica anunciaba cielos nublados y algo de lluevia, lo cierto es que lucía un sol espléndido y la temperatura no dejaba de subir.
Tras alejarnos un poco de la estación de tren de Onomichi, comenzamos la suave ascensión por la ladera con sus 25 templos. Como suele suceder en Japón, donde hay templos los hay sintoístas y budistas aunque en esta ocasión, los budistas predominaban claramente.
El circuito de los templos no era un camino abierto a través de una colina boscosa con los templos sorprendiéndote tras una curva. Durante la mayor parte del trayecto era territorio urbano-rural. Es decir, que las casas de los lugareños se apiñaban unas contra otras, dejando pequeños callejones abiertos por los que unos letreros recordaban la ruta óptima para seguir la pista de los templos. Algunas de esas casas eran poco más que chabolas japonesas pero otras podían tener más de 80 años muy bien llevados.
Entre estas últimas había algunas convertidas en museos. Fundamentalmente, habían sido residencia de escritores (y escritoras, hago énfasis), como el importantísimo escritor japonés Shiga Naoya o la celebrada escritora Fumiko Hayashi, que murió prematuramente por culpa del tabaco.
Sobre Fumiko tuvimos una charla personalizada del encorvadísimo encargado de su residencia museo. Hablaba el suficiente inglés para que yo me pudiera enterar de algo. Tras un cortés “Any questions?” se lanzaba directamente a relatar lo que le venía a la cabeza. Algunas veces se apoyaba en objetos de la sala que nos presentaba y otras volvía a repetir puntos anteriores. Fue muy amable e insistió en que nos hiciéramos una foto juntos con la vista que tenía Fumiko a nuestra espalda.
Fuimos recorriendo uno a uno los siguientes templos aunque seguramente se nos escapó alguno debido a su camuflaje con el propio núcleo de viviendas que los rodeaban. Pasado un rato llegamos a una estación de teleférico que nos ofrecía llevarnos hasta la cima de la colina, en donde se encontraba un observatorio. Lo cogimos y una vez arriba disfrutamos del paisaje y de más templos. En el observatorio, en la planta inferior, se encontraba un restaurante en donde comimos un “pulpo-don” y curry de pulpo (ya comentamos que por esta zona tienen el pulpo en todos sus platos). Al lado de nosotros, se sentaron un grupo muy animado de “prejubiliadas” japonesas que se dieron un homenaje espectacular a base de kilos de helado.
Al estar ya “comidos” y algo cansados de tanto trote, vimos un templo más (uno que era bastante relevante [nota de Angela: y lleno de gorditos, ver fotos]) y tras coger el camino de vuelta del teleférico optamos por no continuar el resto del circuito y sí perdernos por las calles de Onomichi teniendo siempre como referencia la costa del mar interior. Paseamos por algunas calles comerciales y compramos alguna tontería. Por cierto, que en Onomichi tienen auténtica pasión por los gatos y además de ver bastantes por el pueblo, hay muchos motivos felinos en tiendas y casas.
Tras andar por su pseudo-paseo marítimo, volvimos a Hiroshima y al hotel. Allí estuvimos repasando el avance del presupuesto del viaje y hubo, ejem, ciertas discrepancias [nota de Angela: qué diplomático!] sobre si íbamos de acuerdo a él o estábamos haciéndolo añicos cada día.
La cena fue una delicia. Fuimos buscando un bloque en la zona comercial en donde todos los puestos en tres pisos sirven una sola cosa: Okonomiyaki. ¿Recordáis el okonomiyaki del que hablé cuando estuvimos en Osaka? ¿El MEGAokonomiyaki? Bien, pues aquí tomé el PETAOkonomiyaki. sentados alrededor de mesa-plancha que rodeaba a los cocineros, pedimos sendos okonomiyakis. Por alguna razón, consideré que cuando hablaban de un Okonomiyaki “base” más “toppings” la clave era pedir tres o cuatro toppings. En fin, es mejor poner una foto. La clave fue pedir “doble de noodles”, me temo. El murmullo de los otros comensales sobre mi plato y la sonrisa nerviosa del joven cocinero que nos atendió lo decían todo. Este lugar nos gustó mucho en parte por tener a “marujas”, “salary man” (parecía un jefe y su colaborador, obligado a acompañarle), una pareja joven y ¡nosotros! una pareja de extranjeros. Además, los regentaba una señora mayor y lo que parecía ser su hijo, futuro heredero del negocio familiar.
Cuando ambos hubimos derrotado a nuestros respectivos okonomiyakis, volvimos al hotel y, esta vez sí, jugamos una partida de Dungoneer casi entera. Nos pareció un juego algo lento pero las condiciones no eran óptimas (Angela tirada sobre la cama, usando el portátil como dado virtual, dos jugadores en lugar de los óptimos cuatro, la digestión del okomiyaki, etc). No nos dolieron prendas cuando apagamos la luz antes de las doce de la noche, ya que nos interesaba despertarnos bastante pronto al día siguiente para aprovechar al máximo nuestro primer día en Miyajima, la Isla Santuario.