Normandía: París no está en Normandía

Nuestro viaje llega a su fin, ¡nuestras vacaciones se acaban!

Los últimos de días de este viaje los hemos dedicado a París, que no, no está en Normandía pero me dolía mucho romper la tónica de los títulos de mis posts anteriores...

Llegamos a París con unas ganas locas de dejar el coche y nos encontramos con un atasco de cuidado. Habíamos dividido el viaje desde Le Mont Saint Michel en dos tramos de dos horas con una parada para comer y dar una vuelta, al final el segundo tramo fueron tres horas. Llegamos sólo con ganas de desconectar, cenar y olvidar nuestras penas ;_;

Con las pilas cargadas repasamos la lista que mi hermana, que vivió dos años en París, nos había mandado con recomendaciones y decidimos empezar por Notre Dame por dos razones: la primera era que es una visita obligatoria y la segunda era que no teníamos ni un mísero mapa de París y pensamos que cerca habría una oficina de turismo.


Espacios inmensos

Lo primero que vimos al llegar fue la cola para entrar y yo ya empecé a temblar pensando en cómo estaría por dentro. A pesar de todo la cola se movía con soltura y entramos en muy poco tiempo. A mí me parece que esta catedral engaña un poco, la fachada da la sensación de ser un poco pequeña cuando la ves desde fuera, creo que porque las torres son planas en lugar de elevarse y terminar en agujas como las de muchas otras catedrales góticas. Por dentro sin embargo es enorme, todos los espacios son amplios y las bóvedas se elevan majestuosamente hasta gran altura. Aún así no me ha dejado una huella especial y ya empiezo a olvidar muchos de sus detalles. Mi iglesia/catedral preferida de este viaje es la de Bayeaux.

Como no encontramos ninguna oficina de turismo decidimos entrar en la primera librería grande que encontramos y nos compramos la Lonely Planet de bolsillo de París, lo justo para tener mapas y recomendaciones de restaurantes.

Pablo tenía ganas de pasear, así que nos decidimos por ir hacia la zona del Barrio Latino, que está al ladito de Notre Dame. Recorrimos sus calles, nos acercamos a la Sorbona, al Panteón y nos fuimos a comer unos bocadillos al parque de Luxemburgo (que estaba lleno de gente local y visitante haciendo lo mismo). En seguida nos dimos cuenta de que París es enooorme y que la mejor opción es ir de un lado a otro en transporte público, aunque sea para continuar el paseo en otro sitio.


Vista desde el Arco del Triunfo, con un efecto tipo "maqueta" curioso

Por la tarde seguimos paseando por el río, Tulleries y los Campos Elíseos hasta el Arco del Triunfo. Un poco hartos de tanto paseo nos subimos al Arco para ver la ciudad desde las alturas. Como última parada paseamos por el cementerio de Montparnasse. También intentamos ir a las Catacumbas pero la cola que había nos echó para atrás y decidimos dejarlas para el día siguiente.

De este primer día sacamos dos cosas en claro. Como ciudad París está muy planificada, con avenidas gigantescas, edificios generalmente bien cuidados y bonitos, y con un espíritu de enseñar al mundo el poderío del imperio. Por supuesto que no se nos escapan las connotaciones negativas de ello y de las heridas que ha dejado la Europa colonial en el mundo, pero objetivamente París puede considerarse como una ciudad bonita.

Nos levantamos el segundo día con un plan: ir a las Catacumbas lo primero, antes de que abrieran, para no tener que hacer mucha cola. Al final llegamos con 20 minutos de antelación y esperamos alrededor de una hora para entrar. Así, sin darle muchas vueltas, creo que las Catacumbas son lo segundo que más me ha gustado de París. Son el sueño de una rolera hecho realidad. Los pasillos, la humedad, la oscuridad (imaginada en parte porque no quieren que se maten los turistas), las estrecheces... OMG! Son alucinantes.

Lo malo de visitar estos sitios es que uno empieza a darse cuenta de que luchar en túneles y pasillos es difícil. Las espadas no caben, los arcos o son cortos o mejor olvidarse de ellos, de magia de AoE mejor ni hablamos. Menos mal que muchos DMs son benignos.


Túneles previos

Una grata sorpresa fue que el principio del trayecto está ilustrado con una serie de paneles que, además de explicar la historia de esta red de pasillos subterráneos, da un repaso a su formación geológica.

Además con los pasillos, las sonidos de gotas, las zonas prohibidas y el frío, están los famosos osarios. Durante el s. XVIII debido a la cantidad de cementerios en París y a las malas condiciones de salubridad que acarreaban, se decidió reutilizar los túneles de las canteras subterráneas para conservar los huesos allí. Todo ello un precioso recuerdo de cómo vamos a acabar todos. Ejem... No hay muchos documentales sobre turismo en París que no los saquen en un momento u otro y la verdad es que son bastante impresionantes. Todas esas calaveras y huesos tan bien organizados y expuestos, con los letreros de su cementerio de procedencia y la fecha en la que fueron trasladados, crean un ambiente un tanto macabro pero a la vez sereno.

Para terminar de hablar de las catacumbas con un pensamiento positivo aprovecho para recomendar una película de terror bastante entretenida con la que nos topamos en Netflix poco antes de este viaje y que se desarrolla aquí: As Above, So Below.

Por fin al sol y calentitos pusimos rumbo a nuestra siguiente parada del día: Sainte Chapelle. Esta capilla del s. XIII fue construida por el rey Luis IX para albergar reliquias como la corona de espinas, así que es una especie de relicario gigante. Lo más característico de ella es el color. Hay color por todos lados, en las fantásticas vidrieras y en las paredes polícromas. Es una pequeña joya.

Éste como muchos otros monumentos en Francia sufrió graves daños durante la Revolución y la buena salud de la que parecen gozar ahora todos ellos se debe en gran medida a las más o menos acertadas restauraciones que se acometieron durante el s. XIX. Este detalle es de bastante importancia porque cada vez que entrábamos en una iglesia nueva yo me encontraba pensando que todo parecía muy bien conservado y que las vidrieras parecían muy modernas. En cualquier caso, bien restaurada o no la Sainte Chapelle es una preciosidad.


En el centro de la imagen se ve a un arquero a caballo

Aprovechando la entrada compartida y que están "puerta con puerta" nos metimos en la Conciergerie. Palacio de los reyes de Francia hasta el s. XIV y prisión durante la revolución. En mi opinión pagar la entrada completa por ver este edificio no merece la pena, a mí lo que más me gustó fueron dos grandes salones que tiene, la Salle des Gardes (salón de la guardia) y la Salle des Gens d'armes. Ambos son muy espectaculares aunque la Salle des Gens d'armes hubiera lucido más si no hubiera estado llena de cuadros gigantes modernos.

En fin, que no está mal pero tampoco la recomendaría mucho a menos que uno sea muy fan de la Revolución francesa y quiera ver la celda de María Antonieta y cosas por el estilo.

Nuestro super plan era ir por la tarde/noche al Louvre. Según mi hermana el Louvre está atestado de turistas y es casi imposible ver algo, su recomendación fue que lo intentáramos uno de los días en que abren hasta las 21.45. Así que nos fuimos de paseo, ¡más paseo! La verdad es que acabé un poco harta de tanto pasear.

En fin, que aprovechando el tiempo libre decidimos acercamos a la tienda de cómics de rigor (en todos nuestros viajes vamos a alguna(s)) y luego a una librería de segunda mano regentada por un canadiense muy amable: Abbey Bookshop. Si os gusta estar rodeados de libros y sentiros abrumados por las columnas de libros, el caos de libros y el olor a libros éste es el lugar adecuado. De su sorprendente, aunque algo antigüilla, sección de feminismo yo me compré un libro sobre la historia de las mujeres en la época vikinga y Pablo, en su afán por aprender más de la España musulmana de la Edad Media eligió un libro de viajeros medievales musulmanes y otro sobre las Tres Culturas en España en esa época. ¡Y ya pensabais que no nos íbamos a llevar ningún souvenir!

A media tarde y con un par de deliciosos bollos rellenos de chocolate llenando nuestros estómagos nos fuimos al Louvre. Nuestro plan era muy sencillo: llegar a la hora en la que la gente ya está cansada de museos (en torno a las 18) y centrarnos en sólo una sección del museo, nuestra elegida fue la de Oriente Medio: Babilonia, Sumeria, Mesopotamia... con el extra de ver la Victoria de Samotracia y la Venus de Milo.

¡Qué maravilla! El Louvre es sin duda lo que más me ha gustado de París. Acamparía allí un año para poder verlo todo. No me atraen tanto los cuadros como todas esas colecciones de historia antigua. Ver el Código de Hammurabi, los restos del palacio de Dario I con sus colosales toros, los frisos de colores aún tan espectaculares... Wow, no tengo palabras, me sentía como una niña pequeña en una tienda de caramelos. Sólo intentar imaginar los palacios y ciudades en su época de esplendor produce una admiración increíble por lo que los humanos hemos sido capaces de crear incluso en los albores de nuestra civilización.


Parte del Código de Hammurabi

El plano de una casa

Toros del palacio de Darío I

¡La cuerda no toca la pala! Chiste privado arquero

Friso enorme, un arquero en un carro con apoyo de tres soldados (uno tira de las riendas y dos protegen al arquero con escudos), ahí se veía el nivel...

Si no habéis estado allí, no os podéis hacer a la idea de lo enorme que es el museo, de la cantidad de salas y corredores que tiene. Buscando la salida yo iba llorando por no poder quedarme más al atisbar un busto egipcio aquí o una estatua romana allí. Además está muy bien organizado, la entrada es amplia y muy luminosa, las salas son espaciosas y está claro que los encargados de situar las piezas han hecho un trabajo excelente. La colocación de la Victoria de Samotracia es increíble, al final de una amplia escalera, sobre un soporte con forma de barco y con una iluminación que hace resaltar su belleza. Fascinante.


La Venus de Milo

La Victoria de Samotracia

En cualquier caso, para poder disfrutarlo de verdad hay que ir con un plan y limitarse a una colección, querer verlo todo es una locura y no se disfruta. Y sobre la gente... pues no había demasiada, así que genial.

Con aún día y medio por delante decidimos cambiar un poco el enfoque. No, no dejamos de pasear... pero decidimos dejar museos, iglesias y avenidas por un rato y acercarnos a un rastro. Pablo estuvo haciendo los deberes y nos llevó a uno de cachivaches varios y antigüedades. El mercadillo se encuentra dentro de una especie de recinto en el que se concentran un buen montón de tiendecillas con un poco de todo. Hay trastos viejos de todo tipo: juguetes, relojes, ropa, llaveros, pines, botellas, sillas, cafeteras, cuadros, mesas... Algunas de las tiendas está muy bien puestas y cuidadas, otras parecen chatarrerías y algunas gritan hipster por los cuatro costados. Estuvo bien y parece un buen lugar que visitar cuando uno está decorando una casa.

Por la tarde volvimos a la vida del turista y visitamos un museo y una iglesia. Yay! El museo en cuestión fue la casa-museo de Gustave Moreau. Desde hace años tengo especial predilección por el arte y la pintura simbolistas, así que no podía dejar pasar la ocasión. El hombre creó esta casa-museo para exponer sus obras como él quería y dónde el quería, jeje, así se aseguró de que todo estaba a su gusto :)

La casa-museo está dividida en dos secciones, los dos primeros pisos los ocupan las estancias en las que vivían el pintor y su familia, todo muy elegante y decimonónico. Los dos pisos superiores son algo así como el estudio del artista. El primer piso es enorme y es completamente diáfano y está unido al segundo por una preciosa escalera (quiero una como ésa en mi casa ya). El segundo piso está dividido y además tiene algunos muebles en medio. En ambos las paredes están repletas de obras de Moreau. Un descubrimiento fue que ambos pisos, empotradas en la parte inferior de las paredes había una suerte de "armarios" (muy parecidos a los soportes que se utilizan en muchas tiendas de láminas o posters para poder verlos cómodamente) repletos de ilustraciones, bocetos, pruebas, etc. La cantidad de cosas era abrumadora, así que sólo nos sentamos delante de algunos porque eran muchísimos.

El museo es además bastante tranquilo, no es uno de los más recomendados o famosos de la ciudad, así que a menos que tengas un interés especial en el pintor no vas. Una suerte porque el número de visitantes eran más que adecuado para poder verlo con tranquilidad.

Después de esta visita tan tranquila nos rodeamos de nuevo de las hordas de turistas en la basílica de Sacre Coeur en Montmartre. La basílica es un edificio gigante (en París todo es grande, luego hablamos de los americanos pero aquí tampoco se cortan) construído en el s. XIX. No se ven muchas iglesias construídas tan tarde, al menos no que tengan un gran interés turístico. Además de sus proporciones son especialmente bonitos los mosaicos con los que está decorada.

¿Se empieza a notar que estoy un poco harta de hablar de iglesias? Se me agotan las palabras. No me entendáis mal, todas las que hemos visto son preciosas y recomiendo sin ninguna duda visitarlas, pero ¡uf, son demasiadas! Y, sí, mi preferida del viaje sigue siendo la catedral de Bayeaux.


Interior de Sacre Coeur

A estas alturas y aún no hemos mencionado el icono de París por antonomasia: la Torre Eiffel. Mon dieu! Pues nada, mega-paseo mediante (me canso hasta de escribirlo) allí nos fuimos. No hay mucho que pueda decir, es uno de esos edificios que has visto tantas veces que es casi demasiado familiar. Lo que sí se aprecia mejor de cerca es su tamaño, aunque tampoco os vayáis a creer que nos fuimos hasta la base, cuando ya estábamos muy cerquita nos desviamos y nos fuimos a cenar, que eran cerca de las 20. Por cierto, que fue la peor vez que hemos comido, no porque el sitio fuera malo, sino porque no elegimos bien los platos, especialmente Pablo que debió pedir el equivalente francés del haggis (puag!). ¿La Torre Eiffel? Pues muy maja y especialmente atractiva cuando se hace de noche y está toda iluminada (aunque ya podrían ahorrarse la contaminación lumínica de los focazos de la parte superior).

El último día de un viaje es una mezcla extraña, por un lado te da pena que se acaben las vacaciones y el viaje en sí, pero por otro empiezas a tener unas ganas tremendas de llegar a casa. Como nuestro avión salía a eso de las 18, teníamos tiempo de sobra de hacer algo por la mañana y de comer traquilamente. Para este último rato nos dejamos el Museo Medieval.


El sentido misterioso

El museo en general está bien y además una parte está alojada en las antiguas termas romanas. La estrella del museo son sin duda los seis tapices de la serie de la Dama del Unicornio. Cada uno de los tapices representa uno de los sentidos, el sexto no está aún claro a qué se refiere o si es una alegoría de algo. Hace ya tiempo que conocía estos tapices, de hecho, hace ya unos cuantos años le hice a mi madre parte de uno de ellos en petit point. En persona son más bonitos y misteriosos de lo que uno se pueda imaginar viéndolos en fotos. Están expuestos en una sala exclusiva, de paredes negras e iluminación sutil que los convierte en el foco absoluto de atención. Sólo por ver estos tapices merece la pena la visita.


Detalle del sentido del oído

Ooh! Aquí se acaba el viaje. Pero antes de darlo por zanjado quería añadir un par de ideas.

La primera de ellas es que se notaba por todas partes la tensión después de los atentados que ha sufrido el país, llamaban la atención una fuerte presencia policial o militar y letreros en todas partes con recomendaciones sobre lo que hacer en caso de ataque terrorista.

La segunda es que a pesar de lo que escribiera al principio, mi veredicto de París es muy positivo pero he de reconocer que yo esperaba más. He oído tantas veces que París es una ciudad preciosa, fantástica, espectacular, maravillosa, etc., que tenía unas expectativas muy altas. Pablo y yo estuvimos discutiendo sobre el tema y al final me preguntó qué ciudad me parece más bonita de todas en las que hemos estado, sin duda mi respuesta es Florencia.