Normandía: la etapa medieval
Con gran pesar llegamos a la última etapa de nuestra estancia en Normandía. Estas dos últimas jornadas las dedicamos a Bayeaux y Le Mont Saint Michel.
Decíamos ayer que tras nuestra escala en el Cementerio alemán de La Cambe nos encaminábamos hacia Bayeaux. Uno de los motivos por los que es más conocida esta pequeña ciudad es por albergar el famosísimo Tapiz de Bayeaux, que por cierto no es un tapiz sino un bordado. Esta magnífica obra está compuesta por 57 paneles bordados sobre tela de lino que ocupan alrededor de 70 metros. Cada uno de los paneles cuenta a modo casi de viñeta un fragmento de la historia de Guillermo el Conquistador y su "conquista" de Inglaterra.
A pesar de tener casi mil años se conserva en un estado fantástico y sólo le faltan algunos paneles al final. El bordado es sencillo pero lleno de detalles tanto a nivel técnico, como por ejemplo con el uso de diferentes colores para dar profundidad a las imágenes, como por algunos elementos adicionales a las escenas que les añaden contexto, dan un giro cómico o completan las escenas principales. A mí me impactaron especialmente las representaciones de los muertos en la batalla y el posterior saqueo de sus cadáveres. Uno podría pasarse horas delante de él observando cada detallito pero los responsables del museo han ideado un sistema muy hábil para que no lo hagas (o al menos no todo el mundo). Cuando entras en la sala en la que se expone te dan una audioguía y en el momento que entras empieza a sonar. La guía sigue y sigue describiendo los paneles, llamando la atención sobre algún detalle importante y "leyendo" los acontecimientos para ti. Es imposible pausar la grabación o empezarla de nuevo de manera que te ves obligado a seguir hacia adelante para poder ir al tiempo de las explicaciones, que no van lentas precisamente. A mí modo de ver es una forma bastante ingeniosa de pastorearnos a todos desde el principio hasta el final.
Nosotros, como queríamos curiosear más, en lugar de seguir al resto de turistas fuera de sala nos dimos la vuelta y volvimos al principio para verlo a nuestro ritmo de nuevo, además con la suerte añadida de que no entró más gente durante un buen rato y estuvimos prácticamente solos \o/
El museo del tapiz tiene además una pequeña muestra y una proyección con algunas explicaciones extra sobre los materiales con los que se fabricó o el contexto histórico.
Para mí es una visita indispensable.
Después de ver el tapiz/bordado, nos fuimos a ver la catedral y la verdad es que quedamos muy gratamente sorprendidos. La mayor parte de la catedral es del s. XIII pero cuenta aún con algunas partes del s. XI. Afortunadamente no hay muchos añadidos posteriores y es una maravilla.
El estilo de la decoración de la nave interior nos impresionó especialmente con unos grabados que no habíamos visto antes y con algunos adornos un tanto peculiares.
Por lo que parece el tapiz fue un encargo de Odo, medio-hermano de Guillermo y obispo de Bayeaux para exhibirlo en la catedral de vez en cuando rodeando la nave central, debía ser algo digno de contemplarse.
Por último decidimos hacer una visita guiada a la ciudad para poder aprender más sobre su historia y ver los sitios más importantes con alguien experto. La buena noticia es que fuimos los únicos que aparecimos en el lugar de la cita, así que tuvimos un tour privado. La guía era una mujer encantadora que sabía más de lo que le daba tiempo a contar. Pero creo que no tenemos ninguna queja, la habríamos escuchado una hora más. En total el paseo duró algo más de hora y media y cumplió todos nuestros objetivos, aprendimos más sobre la historia de la ciudad, por ejemplo que conserva aún el nombre de los primeros pobladores celtas, que no se puede hacer una obra sin encontrar restos de la ciudad romana, o que tras la Guerra de los Cien Años los nuevos ricos se dedicaron a construirse torrecitas octogonales para presumir. Además pudimos colarnos en algunas casas para ver u oír sobre algún rincón curioso.
Aquí dejo la web del tour y una recomendación encarecida de hacerlo: Discovery Tours. Nuestra guía fue Marie-Noelle L'hirondel.
Completamente satisfechos nos dimos una cena fantástica (algo deslucida cuando Pablo me robó mi salchichón) en uno de los restaurantes de la ciudad.
Nuestra recomendación para visitar Bayeaux es ir entre semana, nosotros fuimos un lunes y la única pega que encontramos fue que algunos restaurantes estaban cerrados. Por lo demás nos topamos con un número de turistas muy aceptable.
Un poco sobre la marcha decidimos que íbamos a intentar ir a Le Mont Saint Michel. Nuestro principal problema eran las cuatro horas de coche que luego tendríamos que conducir para ir a París, pero pensamos que debía merecer la pena si era tan famoso.
Tras conseguir alojamiento en uno de los hoteles intramuros un poco a última hora nos fuimos a la abadía "surgida de las aguas". Nos tomamos con mucha calma el llegar y menos mal, la llegada es un rollazo. En primer lugar no se puede llegar con el coche hasta allí, algo que me parece fantástico, hay una serie de aparcamientos a cierta distancia de los que parten autobuses gratuitos que te llevan hasta allí. El problema es que llegar a los aparcamientos es muy pesado porque hay muchísima gente. Todo está bien organizado pero es muy rollo.
Cuando llegamos allí a mí casi me da algo, te vas acercando y es realmente bonito pero cuando ves las riadas de gente por todas partes se te cae el alma a los pies. Todos estamos allí por la misma razón, claro, pero es horrible. Casi no se puede caminar por las calles y eso que fuimos un día entre semana.
Como llegamos casi a la hora de comer pensamos que lo mejor era ir a visitar la abadía directamente para así evitar a los que estuvieran comiendo. No podemos decir que no hubiera nadie pero pudimos disfrutar de la visita a nuestro ritmo.
La abadía es fantástica, yo no diría que es bonita como puedan ser otras iglesias o construcciones en las que encuentras preciosos grabados o pinturas, para mí es una obra de ingeniería medieval diga de admiración. El tamaño que tiene es impresionante y todas esas salas y pasillos, puertas y recovecos hacen que nuestra imaginación de roleros se dispare. Realmente su fama es merecida.
Después de comer un poco nos escondimos un rato en nuestra habitación del hotel y esperamos a que bajara un poco la marea de gente para salir de nuevo y dar un paseo por las calles y por los muros.
Hace muchos años, la última vez que estuvimos en Japón, fuimos a visitar la isla de Miyajima. Como Mt. Saint Michel, estaba apartada y era de difícil acceso, pero nosotros decidimos que merecía la pena y que a pesar de las riadas de gente y de los precios de los hoteles, había que ir y pasar allí una noche. En aquella isla había preciosos templos y jardines por los que paseamos, pero además había un monte al que se podía subir por teleférico o andando por un camino empinado eterno. He aquí que Pablo dijo:
- ¡Subamos andando!
- No, subamos en teleférico, que ya bajaremos a pie.- Contesté.
Pero no, Pablo no dio su brazo a torcer y subimos andando durante un montón de tiempo para llegar reventados a la cima y casi sin tiempo para disfrutarla porque perdíamos el último teleférico, al que llegamos de milagro después de una carrera de diez minutos monte abajo...
Si os ha gustado esta historia... Salimos de los muros de Mt. Saint Michel, como la marea estaba baja, fuimos rodeándolos hasta una pequeña ermita y continuamos siguiendo unas peñas. En un punto se acabaron las peñas y empezó la arena, una especie de arena arcillosa en la que era bastante incómodo caminar. Cuando ya habíamos rodeado algo más de la mitad de la isla yo empecé a comentar que igual era mejor dar la vuelta, pero no, "¡Si se puede seguir...!", insiste Pablo y yo cada vez lo veo más negro y Pablo cada vez se empeña más en seguir...
[Nota de Pablo: merece la pena pinchar y hacer zoom aqui, estábamos al pie de los muros y la marea baja]
En fin, que tardamos más en recorrer los últimos 30 metros que lo que habríamos tardado en dar la vuelta. Además nos hundíamos tanto que yo acabé con los calcetines húmedos y una cantidad de barro que aún no sé cómo voy a conseguir limpiar las botas por completo. Lo pasé fatal intentando no hundirme en el barro y no caerme porque me costaba sacar el pie hundido. Voy a dejarlo pero la gente que me conozca seguro que se puede imaginar mi estado de ánimo posterior. La próxima vez yo me daré la vuelta/usaré el teleférico y él que se despeñe si quiere >:(
Previo paso por el hotel para cambiarme calzado, calcetines y limpiarme los pantalones, salimos a dar otro paseo (intramuros) y a cenar. Para entonces la cantidad de turistas había decrecido espectacularmente y daba gusto pasear por las calles o los muros. Al igual que en Miyajima, cuando cae la noche y se han ido casi todos los turistas es otro lugar. Es tranquilo.
La única pega que yo le pondría en este momento es que todas las tiendas son tiendas de recuerdos. No hay ninguna de ellas que sea curiosa o diferente.
Cuando se hizo de noche por completo volvimos a salir a pasear. Para entonces las únicas luces eran las que iluminan la fachada y la tenue iluminación de las calles. La marea había subido por fin y el agua llegaba a la entrada principal. Por un pequeño camino se puede salir fuera y nosotros aprovechamos para verla por fuera en la estrecha lengua que une la isla con el puente de acceso. Para nuestro deleite había una preciosa luna roja brillando sobre el agua.
A última hora, cuando incluso las luces de los pueblos en la costa se han apagado, todo es silencio. De vuelta a nuestra habitación entramos en la pequeña iglesia de Saint Pierre. Pocas veces en mi vida he estado en un lugar en el que hubiera tanto silencio, no se oía absolutamente nada, ni en la calle, ni en el interior, ni un insecto, nada. Si no hubiera sido por el suave temblor de las cientos de velas que arden en su interior el mundo habría parecido suspendido en un instante inmutable.
Por estas y otras cosas, estamos de acuerdo en algo y es que en lugares como Mt. Saint Michel o Miyajima, merece la pena intentar quedarse hasta el final, hasta que sólo unos pocos permanecen y asomarse a sus mundos vacíos, a un estado de calma y serenidad en los que es también más fácil dejarse llevar e imaginar cómo debieron haberse contemplado siglos atrás, cuando eran nuevos y tenían una función.