Miyajima
Miyajima es uno de esos sitios de los que casi todos hemos visto alguna vez una foto aunque no lo supiéramos. En Miyajima se encuentra uno de los torii más famosos de Japón. Los torii son unos arcos cuadrados de tres secciones que suelen ser entrada a santuarios sintoístas, aunque la división entre sintoísmo y budismo no es muy clara en Japón. Como se suele decir, los japoneses nacen y se casan sintoístas y mueren budistas, haciendo alusión al hecho de que la mayor parte de las celebraciones que tienen relación con la vida llevan asociados ritos sintoístas y las que tienen que ver con la muerte, ritos budistas. El torii de Miyajima, O-Torii, se encuentra en el mar y cuando la marea está alta está en parte sumergido, de aquí la típica foto. Este torii marca la entrada a la isla de Miyajima como lugar sagrado, de hecho, la traducción de Miyajima sería algo así como isla santuario. Parece ser que en un principio la isla era tan sagrada que no se permitía la entrada a los pebleyos. O-torii es entrada al templo sitoísta de Itsukushima, que se levanta casi en la orilla, de forma que durante la marea alta también está rodeado de agua por todas partes. Es realmente bonito.
Tras la introducción del budismo y su mezcla con el sintoísmo local, aparecieron también templos budistas en la isla, especialmente después de que Kukai o Kobo Daishi, un monje budista fundador de la secta Shingon, se retirase a orar durante cien días en el monte Misen, en el centro de la isla.
La isla posee muchos sitios para visitar además de tener un entorno natural encantador y un montón de ciervos pedigüeños a la caza del turista. Nosotros decidimos que merecía la pena quedarse a pasar la noche y así poder disfrutar la isla cuando la mayor parte de los turistas se han ido. El alojamiento no es nada barato, pero encontramos un sitio libre con un precio bastante aceptable, con una habitación de dos alturas cómoda y que daba a un bosquecillo. Empezamos yendo a O-torii y como la marea estaba baja, pudimos acercarnos y verlo de cerca. El torii actual es el octavo desde que se construyó el primero, está hecho de madera y claramente el mar le pasa factura de vez en cuando. Lo cierto es que yo me lo imaginaba más grande, pero he de reconocer que una vez que estás allí es muy impresionante, especialmente si se ve cuando la marea está alta. Tras ver la ‘puerta’ fuimos al santuario de Itsukushima. El santuario original fue construído hacia mediados del siglo VI, sin embargo, fue remodelado en 1168 y obtuvo su forma actual. No es que la visita sea muy larga, pero es un lugar que merece muchísimo la pena ver y, además, nos encontramos con que se celebraba una boda tradicional :). Por la noche, mientras paseábamos también nos encontramos con un evento: una representación de teatro Noh. No es que pudiéramos ver mucho, ya que no teníamos entradas, pero fue curioso espiar algo de lo que estaba pasando.
Desde luego es un entorno incomparable para asistir a cualquier representación, aunque dudo mucho de que nosotros pudiéramos aguantar algo más de media hora de representación sin entender nada de nada de lo que está ocurriendo. Es un arte bastante especial y no apta para todos los paladares. [Nota de Pablo: un paseo nocturno, sin apenas encontrarte con nadie, con una suave brisa marina, el O-torii ilumado al fondo, decenas de linternas en pilares de piedra y lo único que rompe el silencio es un cántico japonés de fondo proveniente del escenario Noh dentro de Itsukushima. Si a eso le sumas la sensación de victoria por haber conquistado el Monte Isen horas antes, la sensación general es de placidez absoluta]
Insisto en que hay mucho que ver en Miyajima y desde luego no teníamos tiempo de verlo todo ni ganas de ir corriendo de un sitio a otro a toda prisa para verlo. De todas formas, en la oficina de turismo te proporcionan un práctico plano y una serie de recorridos dependiendo de las horas que tengas planeado estar. Tras Itsukusima, fuimos a otro santuario, esta vez budista, llamado Senjokaku. Fue mandado construir por Hideyoshi Toyotomi, del que ya hablé en la visita a Osaka, para que se cantaran sutras por las almas de los muertos en la guerra. Por lo visto está sin terminar, aunque éste es un hecho que pasa desapercibido para los no expertos en estas construcciones, como nosotros. Junto al santuario se encuentra la Pagoda de los Cinco Pisos, que al igual que Senjokaku, pertenece al santuario de Itsukushima. Las pagodas en general son muy bonitas y todos eso, pero nunca se puede entrar y yo demando ver lo que hay dentro! Te llenan hojas diciéndote lo estupendas y exquisitas que son, lo maravilloso de sus columnas y lo super mega guays que son para no dejarte entrar. Siempre están cerradas a cal y canto. Igual son sagradas o algo, la verdad es que no lo sé pero al menos podrían poner unas fotillos…
Después de comer ocurrió la desgracia. En la cima del Monte Misen hay observatorio y un templo en el que se supone que una llama que arde fue encendida por el mencionado Kobo Daishi hace 1200 años… Para llegar a la cima hay varias opciones. Existen diversas rutas con salida desde diferentes templos o parques de Miyajima y hay un teleférico. Yo propuse que subiéramos en teleférico y bajáramos por alguna de las rutas, concretamente por la que terminaba en un parque muy bonito llamado Momijidani-koen. Pero parece ser que bajar no era suficiente ejercicio y Pablo insistió en que lo hiciéramos al revés. ERROOOOOR.
(la foto es de antes de darnos cuenta del error)
Tras una subida de escalones interminables, en la que acabas de los árboles hasta el gorro, sudando como un pollo, pensando que es una pérdida de tiempo hacer un camino tan chungo de subida cuando estará exactamente igual para bajar, bajar! Llegas al sitio donde te hubiera dejado el teleférico y todavía te queda una subida de unos veinte minutos más ;_; En fin, que el templo lo vimos de reojillo mientras nos bebíamos una botella de agua y seguimos subiendo. El observatorio es una estructura de metal que debió ver tiempos mejores hace treinta años, en cualquier caso, si el cansancio no te nubla la vista, es un lugar magnífico para ver toda la isla, el Mar Interior y las islas aledañas. Merece muchísimo la pena subir, pero en teleférico.
En fin, que aquí no terminaron mis desventuras. Poco después de llegar al observatorio empezamos a oír un anuncio que no se entendía muy bien. Eran las cinco algo pasadillas y yo, algo caústica a estas alturas, manifesté que sería gracioso que fuera un aviso de último viaje en el teleférico, especialmente si pensamos que estaba a unos veinte minutos de distancia, ejem. A las cinco y diez pasadas, después de la sesión de fotos, salimos disparados y doloridos hacia el teleférico. A medida que avanzábamos se hacía más claro el mensaje: ultimo viaje a las cinco y media. Pánico! Bajamos, bajamos y ¡horror! otra subidita. Al fin conseguimos llegar a la estación y encontrar la puerta de entrada. En una máquina en la que se sacaban los billetes había dos alemanes que no conseguían entenderse con ella y no sé qué pasó pero se colgó. En fin, que los cuatro fuimos a donde estaba la ‘puerta de embarque’ y le explicamos que no funcionaba, eran casi las cinco y media. El hombre, después de subir y bajar bastante apresurado, nos cogió el dinero y nos dejó pasar. Uf!
Cuando llegamos abajo prácticamente había oscurecido y era un buen momento para volver a O-torii para hacer fotos con otra luz y marea alta. Siempre las fotos. En fin, que cansados y necesitados de una duchita, nos fuimos a hacer las fotos. Hay que reconocer que el escenario era inmejorable, con el torii iluminado, el anochecer, el mar… y sin turistas en medio ?
Lo bueno de que los turistas se vayan por la tarde/noche es que el sitio se queda muy tranquilo, lo malo es que lo cierran todo. Supongo que ésta es una de las razones por las que muchos hoteles y ryokans (alojamientos tradicionales) ofrezcan paquetes con cena. Nosotros no lo habíamos cogido así que teníamos dos opciones: un restaurante de okonomiyaki que cierra a las siete o un restaurante con comida de más tipos que cierra a las diez y media. Por los posts anteriores, se puede entender que el okonomiyaki estaba descartado, así que fuimos al otro. Cenamos bastante bien y bebimos un sake muy rico.
Después de cenar nos dimos un paseo nocturno (a las ocho y media ya era de noche) y volvimos al hotel a descansar.
Quisimos aprovechar la mañana para dar otro paseíto y visitar otro de los sitios importantes, el templo de Daisho-in. Este templo también está relacionado con el monje más famoso de la isla y tiene numerosos edificios y recovecos o grutas. Por todas partes aparecen figuras de piedra de monjes rechonchos un poco al estilo de los enanitos del jardin.
También hay un par de mandalas de arena hechos por monjes tibetanos. He de decir que personalmente, y a pesar de que están muy relacionados, me gustan más los santuarios sintoístas. En general, los budistas son más oscuros, no así austeros, ya que están llenos de representaciones de Buda doradas y de adornos de todo tipo, pero los sintoístas, normalmente pintados de rojo, con espacios abiertos entre estancias y loas sacerdotes de blanco y azul, ellos, o rojo y blanco, ellas, dan un aspecto más ligero y menos ominoso a todo el conjunto. Eso sí, en todos ellos hay la tienda de amuletos de rigor y los indispensables dispensadores de las predicciones de fortuna.
Con esta visita terminó nuestro tiempo en Miyajima y regresamos a la cuidad de Hiroshima.