La Marca del Este - La Profanación - Crónica I

Tal vez sea porque el viento sopla del este, pero siento que algo está a punto de cambiar.

Mi encargo en Robleda me inquieta, no me gusta tratar con magos, creo que deben ser ellos los que se ocupen de sus propios asuntos. A priori no parece difícil y dudo que haya complicaciones, pero nunca nunca se sabe con estos clientes…

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Primer día

He conseguido un nuevo encargo un poco distinto de los que suelo aceptar. El cliente se llama Saddin Konnin y es un paladín de dioses no tan próximos a la luz como se esperaría al oír ese nombre. Su aspecto es bastante imponente, su altura y su inquietante armadura le confieren una apariencia amenazadora bastante desconcertante y me hace sospechar que pueda tener luchas internas en cuanto a su deseos personales y su lealtad a su dios.

Los términos del contrato […]

Segundo día

Nos dirigimos a un lugar llamado Maredom en el Valle de Cenada. El objetivo de este viaje es un tanto vago y debe definirse cuando lleguemos a nuestro destino. No me preocupa en exceso, pero me gusta tener todo lo que pueda bajo control y en esta ocasión no es así. Además, siento un peso en mi pecho del que no me atrevo a pensar que sea lo que temo.

Mis compañeros de viaje son, además del mismo Konnin, un elfo llamado Lakus y una exploradora, Galian. Lakus es un elfo en todos los sentidos de la palabra, de aspecto intemporal aunque no joven. Sin embargo, hay algo en él que no encaja, alguna influencia que lo diferencia de los otros elfos. Se viste como un norteño y a pesar de su presencia claramente élfica, su forma de moverse tiene algo definitivamente humano, más áspera de lo que suele ser en un elfo. Tampoco su acento es el que esperaría y, además, habla sin cesar a la menor provocación. No creo que sea un viajero aburrido.

En cuanto a Galian, es una exploradora en todos los sentidos. Su atuendo, su aspecto de haber pasado mucho tiempo en el bosque… todo apunta a un amor por esos lugares que moldea su vida. Los bosques no son mi entorno natural y la experiencia de esta mujer puede ser muy valiosa. Representa un interesante contrapunto a Lakus ya que no habla demasiado y parece atenta a todo lo que se le dice.

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Decimocuarto día

Salimos de Robleda hace casi dos semanas. El camino ha sido fácil y las guardias han transcurrido sin novedad, lo que siempre es de agradecer. Estoy deseando llegar a ese monasterio y saber de una vez qué es lo que tenemos ante nosotros. Esta noche Saddin Konnin ha decidido darnos más detalles sobre el lugar al que nos dirigimos. Un poco más de información no nos ha venido nada mal, aunque es bastante inquietante.

Por sus palabras, parece que algo francamente extraño ha ocurrido en ese valle. Hace un mes, de camino a Robleda, se topó con un grupo de peregrinos que huían despavoridos de allí. Sus relatos, incoherentes y rayanos en la locura, parecen contener ciertos hechos más que turbadores sobre un poder que lo ha conquistado. «¡Un mal terrible se ha apoderado del monasterio!», son las palabras que todos repetían sin cesar.

Todos nos hemos quedado pensativos tras su relato. A pesar de la experiencia que podamos tener cada uno de nosotros, los poderes que se asocian a sucesos de esta índole no deben ser tomados a la ligera.

Galian estima que no estamos a más de un par de días de distancia. Pronto llegaremos al valle y descubriremos la verdad de lo que ha ocurrido en ese lugar maldito.

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Decimosexto día

No sé cómo describir la opresión que hemos sentido al llegar a este valle desolado. Todo era gris, el cielo, monótono y ajeno, los árboles desnudos y el aire estancado entre las montañas. Galian estaba segura de que toda la naturaleza está enferma en el valle. ¿Qué puede causar una degradación tan impactante?

Puedo imaginar este lugar privilegiado como debió ser, con sus monjes entregados al estudio de sus manuscritos o el cuidado de sus hermosos campos bañados por el clemente río; los peregrinos salpicando el camino, llenándolo de vida. Hoy sólo los cuervos permanecen en él y dudo que se queden mucho más, pronto también a ellos les faltará qué comer.

Dentro de poco descenderemos y vuelvo a sentir una carga en mi alma que no logro mitigar, ¿podría ser lo que temo? La voz de aquella mujer todavía susurra en mis oídos.

Decimoctavo día

¿Cómo podría relatar todo lo que ha sucedido? Los hechos se agolpan en mi mente confusamente, pero si de algo puedo estar segura es de que sus palabras se han cumplido.

Siento como la torpeza repta por mi mente extendiéndose por mis miembros, sólo los dioses saben lo que va a ocurrir pero el negro presentimiento se ha tornado en certeza. Sólo puedo agradecer que mi maldición no haya herido a ninguno de mis compañeros, en estas circunstancias hubiera sido sumamente peligroso que uno de nosotros resultara terriblemente herido. Pero basta de esto, la solución tendrá que esperar.

Empezamos a descender por la mañana mientras el valle estaba completamente sumergido en una niebla lúgubre y agobiante. Avanzamos con cautela por la márgen izquierda del río y, como nacida de la nada, tras un último tramo en ascenso, nos encontramos frente a la entrada del monasterio, oculta entre jirones de niebla y flanqueada en sus extremos por sendas antorchas. Detectamos un movimiento junto a la puerta y decidimos no aventurarnos a la ligera. Galian y yo permanecimos en el camino, vigilando que nadie nos sorprendiera y tratando de no perder de vista a nuestros compañeros.

Galian y yo oímos un grito y a continuación una explosión lanzó destellos de luz clerical en todas direcciones creando una amalgama de sombras ardientes en la niebla. Cuatro figuras se dibujaron delante de nuestros compañeros. «¡Tenemos un ganador!», oímos decir a Lakus.

Desde nuestra posición apenas podíamos distinguir a los atacantes pero no quisimos arriesgarnos a abandonar la vigilancia del camino. Disparamos varias veces, Galian con su arco y yo con mi ballesta, aunque creo poder asegurar que no nos sonrió la fortuna; de mis virotes ninguno acertó en el blanco y las flechas de Galian, aunque hicieron dos blancos, uno de ellos fue Konnin. La lucha no duró demasiado y tanto Konnin como Lakus salieron con heridas no demasiado graves, en cualquier caso, las dotes curativas de Konnín han ayudado a Lakus a reponerse de algunas de ellas, tenían un feo flechazo en el hombro. El montón de huesos destrozados frente a la puerta pareció un claro testimonio de nuestra determinación.

Cuando cruzamos el puente que nos separaba de nuestros compañeros, la niebla comenzó a disiparse levemente dejándonos adivinar la gigantesca mole que es el monasterio. Huesos aún cubiertos de carne putrefacta y harapos estaban desparramados por el suelo. Recuerdo que me estremecí pensando en la clase de enemigos que nos esperaban tras las puertas. Este lugar emana maldad, Saddin no cesa de sentirla, es una presencia constante, incrustada en sus piedras, en todo lo que nos rodea.

El hall era enorme y el olor a podredumbre era tan intenso que por un instante pensé que me encontraba en un cementerio profanado. De veras que este lugar debió ser magnífico, la bóveda y las vidrieras son de una factura exquisita y la pesadilla que ahora reflejan me apena profundamente.

La exploración de los primeros corredores y salas del monasterio no ha hecho más que corroborar que este lugar está infectado por el mal y hemos tenido que combatir más esqueletos en pasillos y habitaciones. La habilidad de mis compañeros en estos combates ha sido remarcable. Conocen bien sus armas y sus habilidades.

La Sala de Meditación nos ha dado la primera pista. No fácilmente, ya que primero tuvimos que acabar con un esqueleto imponente, de intensos ojos rojos encendidos bajo un yelmo enorme. Bajo el altar encontramos un receptáculo bien protegido en el que se ocultaba un libro de oraciones.

A veces no sé qué pensar de Lakus, nos sorprende con bravuconerías y poderes que no esperábamos. Tras acabar con el gigantesco esqueleto, dos más, que forcejeaban por abrir el receptáculo, se avalanzaron sobre nosotros. Lakus, plantado en la puerta de la sala con una despreocupación inquietante simplemente anunció: «Me la envaino» y se preparó para lanzar una formidable bola de fuego. Finalmente no hizo falta, pero todos nos quedamos un tanto atónitos por su actuación.

No soy débil, he visto y he hecho cosas que aterrorizarían a la mayoría y, sin embargo, creo que la visión de la sala que encontramos poco después me acompañará durante mucho tiempo. Todos estaban muertos y todos estaban vivos, con la carne herida y supurante, flácida y pútrida imitando la apariencia de la vida. Los muertos deben permanecer muertos. Todo parecía tan corriente cuando abrimos la puerta, todos los monjes reunidos en oración, todos mirando al altar hacia un anciano que dirigiera una celebración. Pero ¡impía celebración!, porque al volverse todos al unísono, sus rostros eran la muerte.

Lakus reaccionó en primer lugar y nos sorprendió con una poderosa bola de fuego que golpeó al anciano con una potencia devastadora consumiendo a muchos de los otros en su camino hacia él. Luchamos contra ellos, debían de ser una treintena y sólo su número representaba una verdadera amenaza. Afortunadamente, Lakus nos regaló otra exhibición de su poder creando un muro de fuego que barrió a todos los que quedaban en pie.

De entre los restos del anciano se elevó una sombra demoníaca que se disipó entre gritos amenazantes. ¿El enemigo? ¿Cómo se mata una sombra? Encontré la vara del anciano y sentí como un poder oscuro intentaba apoderarse de mí. Sentí un frío recorrer mi cuerpo desde la mano, extendiéndose congelando mi sangre mientras voces seductoras me susurraban sueños imposibles de alcanzar. Con una resistencia férrea, pude controlar las visiones y las promesas y guardé la vara entre mis pertenencias.

«Un gran poder conlleva una gran responsabilidad» es el consejo de Konnin.

Junto al altar descansaba un pebetero de plata de una magnífica talla, ahora en parte deformado por el intenso calor del fuego de Lakus. Un grabado de letras desdibujadas atrajo la atención de Galian y con uno de sus cuchillos intentó devolverles su forma original ahora que todavía era moldeable. Tras unos momentos y con una expresión de satisfacción nos leyó en voz alta la inscripción: “La Llama contra la Oscuridad que siempre está al acecho”. En el pebetero todavía quedaban restos de una extraña vela verde. Una lástima, hubiese sido una auténtica joya intacto y ahora sólo parecía el intento de un primerizo.

Salimos de allí los cuatro juntos, dejando tras nosotros una escena apocalíptica de cuerpos quemados, bancos desmoronándose hechos cenizas y llamas que se separan de nuestro camino y lamen los muros a nuestras espaldas. (Somos los mejores, somos cojonudos, bla, bla, bla…)

«Nunca había hecho una barbacoa con monjes, ¡arden bien!». El entusiasmo con el que Lakus hace comentarios como éste añade una nueva dimensión a las truculentas anécdotas que nos contó durante todo el viaje. Es un compañero interesante.

Más pasillos, más salas, el cementerio y un espíritu deambulando sobre las tumbas profanadas. En aquel momento ya nada podía sorprenderme. Sus palabras vagas y lejanas sólo nos dejaron un nuevo enigma: el Libro de Saredum.

Pensamos dirigirnos a la biblioteca siguiendo esta nueva pista y en nuestro camino hacia allí descubrimos en el cielo a un nuevo enemigo, una criatura alada que sobrevolaba la torre. Tendrá que esperar para medirse con nosotros.

Todo el que sienta algún amor por los libros desearía permanecer eternamente en esta biblioteca. Como los bosques a Galian, entiendo que el amor de los eruditos de toda la Marca los atrajera a este lugar en una peregrinación en busca del saber. Estanterías interminables en pasillos inmensos, libros de todos los tamaños que ahora yacían por el suelo destrozados. Encontramos el cadáver de un monje con las facciones desencajadas por el dolor entre ellos y con toda su piel de un color verdoso casi demoníaco. Ignoramos qué pudo haberlo hecho sufrir tanto.

La búsqueda del libro nos guió a otro monje, el primero que encontramos con vida. Estaba encadenado a una puerta. A través de él averiguamos que el anciano había llegado en busca del saber escondido en el Libro de Saredum, pero estaba prohíbido y no se lo permitieron. Tras unos días fue cuando apareció la bestia que acabó con todos.

Escribo esto mientras nos preparamos para bajar a las catacumbas en las que está oculto el libro. Hemos intentado liberar al monje pero nuestros esfuerzos han sido en vano.

Antes de iniciar el descenso, el monje nos ha advertido de un demonio que custodia la entrada a la morada del libro y que obliga a superar una enigmática prueba a todo el que intenta hacerse con él. Cuando señala al cadáver del monje, todos entendemos inmediatamente cuál es el resultado del fracaso.