El aroma del arrayán, de Marceliano Galiano. La novela sobre la derrota final musulmana que debes leer

Siempre he tenido la sensación de que en el colegio había dos periodos históricos que se resolvían de forma mediocre o muy sesgada o directamente no se trataban. Uno de ellos era la guerra civil del 36 y la posterior dictadura y el otro era el periodo de la denominada reconquista cristiana frente a los musulmanes invasores.


El Aroma del Arrayán

Del segundo es del que quiero hablar brevemente para recomendar la lectura del recientemente publicado El aroma del arrayán de Marceliano Galiano, editado por Editorial Almuzara.

Haciendo un poco de historia, sabemos que en la batalla de Guadalete del 711, tropas árabes y bereberes bajo el mando de Tariq Ibn Ziyad derrotaron al ejercito visigodo comandado por el rey Don Rodrigo en lo que supuso el inicio de una campaña militar, una invasión en toda regla, que llegó hasta el norte de la península, donde en el año 722 se batieron contra las tropas de Pelayo en Covadonga en lo que a pesar de no ser una batalla de grandes dimensiones quiso ser un símbolo victorioso que impidió la toma total de todo el territorio peninsular, permitiendo la existencia del Reino de Asturias.

Podéis ver un mapa interactivo gracias al fantástico portal histórico GeaCron (creado por mi tío Luis Múzquiz Pérez-Seoane, por cierto) para entender qué supusieron esos 11 años de diferencia.

Si hacemos fast forward tenemos a los Reyes Católicos entrando en Granada en el 1492 tras entregarles Boabdil las llaves de la ciudad y terminando así el proceso de reconquista. Siete siglos después, los cristianos por fin vencen a los musulmanes y recuperan el territorio.

Bueno, pues ya está. Lo hemos conseguido, vencemos a los “moros” y luego ya los echamos del todo. Ha costado un poco pero el que la sigue la consigue.

El problema es que no es tan sencillo. Durante siete siglos no tenemos un largo partido de fútbol en donde la afición está dividida entre cristianos y musulmanes, entre invasores y reconquistadores. En el año 1040, más de trescientos años y múltiples generaciones después de la batalla de Guadalete, un vecino de Córdoba, de Toledo, Badajoz o Valencia se podía sentir más peninsular que un estadounidense hoy de los EE.UU, que dejaron su Guerra de la Independencia hace tan solo 250 años.

¿Alguien puede realmente creerse que un almeriense de finales del siglo IX, ya no digamos del XII, se sentía invasor de una tierra extraña?

Dejando incluso a un lado la convivencia no solo entre cristianos y musulmanes sino también con judíos que sí que celebramos (en ocasiones de forma hipócrita aunque el turismo todo lo puede), la realidad más simple que nos tendríamos que configurar es que una reconquista que dura siete siglos en mi pueblo también se le llama invasión “pisando huevos”.

El mayor perjuicio de una visión tan maniquea y simplona ha sido siempre el desprecio por entender cómo se vivía en los territorios bajo control musulmán, sabiendo que buena parte de la península ibérica desde el siglo V (cuando entran los Visigodos) hasta nuestros días fue practicamente el mismo tiempo musulmana que cristiana. Afortunadamente, las lenguas peninsulares no pueden ignorarlo tan fácilmente y hoy en día, por ejemplo en el castellano, muchas de las palabras que nos suena más auténticas como alcalde, alféizar, atalaya o almizcle (mi favorita) o escabeche, fulano, guitarra, jabalí, limón o mezquino son de origen árabe y mezquinos sin duda seríamos si mantuviéramos una ceguera selectiva a la historia de estos nuestros antepasados, tan legítimos como los astures.

Rabietas aparte, una forma de visualizar los mismos hechos históricos con un prisma diferente, el musulmán, puede ser recurrir a novelas históricas. Su fiabilidad con los hechos puede en ocasiones ser discutible y, con la ignorancia de partida con la que muchos contamos, supone un riesgo leer cualquier cosa sólo por el afán de oposición a la versión oficial de lo acontecido. Parece, sin embargo, que el libro que vengo a recomendaros, El aroma del arrayán de Marceliano Galiano sí cuenta con los parabienes de crítica y público gracias a su primera novela, El cautivo de Granada.

El libro narra la vida de Said, un morisco hijo de un cristiano renegado y una musulmana, en el reino de Granada a mediados del siglo XV. Por tanto, acompañamos desde la niñez hacia la vejez a un testigo de los últimos 50 años de territorio musulmán en la península ibérica. Relatado en forma de memorias, usa un registro florido en vocabulario y adjetivos muy agradable y rápido de leer (en mi caso, dos sentadas de varias horas). Aun de origen humilde, el acceso del protagonista a ciertas elites políticas y militares nos permite presenciar en primera línea los acontecimientos más importantes que se sucedieron en el sur de la península con desfile embriagador de personajes y hechos. Las frágiles alianzas entre los propios señores castellanos, las intrigas entre las facciones musulmanas y los pactos de un lado a otro de la frontera poco a poco irán convergiendo hacia la inevitable derrota total de los musulmanes, derrota a la que asisten incrédulos la mayoría de los habitantes de esas regiones. Sólo el capítulo del asedio de Fernando el Católico a la ciudad fortaleza de Málaga ya hace que merezca la pena la compra del libro para cualquier aficionado a las batallas y escaramuzas bajo-medievales.

Marceliano Galiano, en la caseta de la Librería Diwan de la Feria del Libro de Madrid, nos dijo que tuvo que ir a fuentes musulmanas de la época para documentarse adecuadamente ya que el relato de los mismos hechos por la cronología cristiana no le resultaba suficientemente fiable y, además, mucha información de la vida de las personas dentro de territorio musulmán sólo quedó registrado en escritos de aquéllos.

Recomiendo por tanto este libro, enormemente evocador, tanto como un ejercicio de disfrute literario como un buen ejemplo de lectura históricamente responsable.

Como nota aparte, si algún lector es jugador de Aquelarre, tendrá en este libro material y referencias para imaginarse mil y una aventuras ya que los aspectos mágicos y supersticiosos impregnan en su justa medida el devenir real de los acontecimientos.