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La Marca Del Este – Ravenloft – Crónica 4ª parte y fin by ghilbrae

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Con esta larguísima entrada damos por finalizadas nuestras aventuras en las tierras de Barovia. Uf! Ha sido una de nuestras aventuras más largas en La Marca del Este y aunque nos merecíamos un descanso, pronto nos pusimos en camino al desierto… pero eso es otra historia.

Las tres primeras entradas relativas a esta aventuras son:


Día 20, continuación y Día 21

Penetramos en el patio con una extraña sensación recorriéndonos de pies a cabeza, por un momento pareció que todos compartíamos una idea, entonces el rastrillo cayó y el estruendo subsiguiente nos devolvió a la realidad. A través de él vimos como el puente se elevaba lentamente. “Una salida menos”, pensé. Sin otra opción nos centramos en lo que teníamos delante, una cálida y seductora luz escapaba de la puerta.

Gárgolas

Las antorchas ardían indecisas jugando con las sombras que proyectaban cuatro dragones acechantes desde las esquinas de la antesala que accedía al castillo. Sin dejarnos impresionar por los guardianes de piedra la cruzamos sin dilación. Ante nosotros se abrió una sala impresionantemente grande, en el techo abovedado unos frescos aún se adivinaban entre los jirones de luz que lograban alcanzarlo, un ejército de gárgolas marcando el paso del tiempo implacable en sus rostros desfigurados o sus miembros ausentes se asomaban a la balaustrada que la rodeaba. En un extremo de la sala había unas puertas de bronce gigantescas, en el lado izquierdo unas escaleras ascendían hacia un lugar incierto y en el lado opuesto, el rastro de luz se adentraba sugerentemente en un pasillo.

Con la certeza de que el Señor de la casa era consciente de nuestra presencia y de que nos estaba permitiendo el paso, abrimos las puertas de bronce. Según los mapas de Donavich, la capilla se hallaba al este de la fortaleza, es decir, en algún lugar tras esas puertas.

De entre sus ropas Saddin sacó una pequeña palmatoria, un presente del clérigo para llevar un poco de luz al corazón de las tinieblas, lanzó su hechizo de luz sobre ella y una cálida y benéfica luz manó suavemente. Armas en mano, seguimos avanzando por un corredor repleto de estatuas en actitud piadosa cuyos ojos parecían vigilar cada uno de nuestros pasos.

Tras pasar una última puerta cubierta de grabados religiosos, llegamos a la capilla. El viento que se colaba por las vidrieras rotas, removía incansable los desechos que se acumulaban en el suelo. Varias hileras de bancos ruinosos se alineaban frente a un altar sobre el cual reposaba la figura de un cuervo y, tras él, un sagrario a cuyos pies se arrodillaba el esqueleto enlutado de un clérigo con el brazo extendido hacia la pequeña figura del ave.

Saddin nos alertó de que la maldad inundaba la capilla y sin embargo, en el cuervo podía percibir un gran poder sagrado. A nuestras mentes volvieron las profecías de* Madame Eva*, ¿era este cuervo uno de los objetos de los que hablaba en ella? Tal vez el “símbolo de gran poder” del que hablaba el Tres de Corazones o quizá el “arma de luz, una arma para la venganza” que había leído en el As de Tréboles. Con la seguridad de que la pequeña figura era un objeto para el bien, Saddin la guardó, confiando en que efectivamente pudiera sernos de alguna ayuda.

Otro hechizo de luz voló hacia el techo de la capilla donde más frescos bellamente ejecutados pero compartiendo el sino de los de sala anterior, lucían descoloridos y desconchados, arruinando la belleza que claramente habían poseído siglos atrás. Sentí mi corazón encogerse contemplando cómo aquellas obras de arte exquisitas languidecían abandonadas entre los muros del castillo, expuestas a las alimañas y el tiempo sin que nadie pareciese llorar por su pérdida. Sé que me desvío de los hechos que quiero relatar pero no puedo más que dejar constancia en mi diario del crimen que se comete dejando todo ese arte morir olvidado.

No sólo hermosos frescos había por descubrir en la capilla. Una vez que la luz mágica iluminó la parte superior, pudimos ver una balconada en la que dos enormes tronos ocupaban una posición central. Sobre los tronos sendos cuerpos inmóviles, grandes y deformes vigilaban la capilla.

Olvidándonos de ellos por el momento, examinamos el resto de la capilla. Junto a la puerta, a derecha y a izquierda se abrían dos alveolos. En el primero de ellos, hallamos las estatuas de varios guerreros gigantescos portando armas además de una escalera que parecía enroscarse en torno a una torre. En el otro, una escalera ascendía a la balconada y en dos alcobas adyacentes, también se almacenaban las estatuas de ocho guerreros enormes, sin embargo, en éstos sus caras habían sido destrozadas concienzudamente.

Mientras Galian y yo explorábamos el resto de la capilla, Saddin y Lakus se emplearon en destrozar las estatuas intactas de los guerreros, despojándolos de sus armas y de la dignidad de la que habían hecho gala durante siglos. Cuando terminaron con su bárbara tarea, Lakus y yo subimos a la balconada, y mientras yo inspeccionaba una nueva puerta, el elfo, sin mediar palabra, se abalanzó sobre uno de los tronos lanzándolo sobre la barandilla ante la sorpresa de Galian y Saddin que seguían inspeccionando el piso inferior. El estruendo de la caída fue atronador y recorrió los muros del castillo como una amenaza de lo que estaba por venir. Inmediatamente el ocupante del segundo trono empezó a moverse, en un salto atrás Lakus esquivó fácilmente su primer ataque al tiempo que sacaba su alfanje. Cimitarra en mano rodeé el trono y en un arco preciso, corté parte de su cuerpo haciéndolo caer al vacío. “¡Podrías compartir tus planes!”, le espeté exasperada por su manía de actuar sin contar con los demás.

Tras este incidente y algún comentario más por parte de Galian y Saddin, decidimos continuar por la puerta de la balconada. El pasillo tras ella comunicaba con las mismas escaleras que rodeaban la torre por un lado y por el otro terminaba en otra puerta cerrada.

Un lamento rompió el silencio del pasillo y al avanzar envueltos en las sombras que danzaban en las paredes, no podía librarme de la sensación de que su movimiento estaba acompasado con el son del desesperado lamento. Otra sala de pequeñas proporciones siguió al pasillo, en ella los esqueletos de lo que pudieron ser dos guardias ahorcados adornaban sendos vanos pero continuamos sin detenernos a la sala siguiente.

No me es difícil imaginar a Lord Strahd de pie frente a los elegantes ventanales o sentado en su trono, ponderando el paso de los siglos, rumiando los pecados del pasado y la tristeza de una vida demasiado larga y solitaria. Las telarañas que cuajaban el techo y el solitario trono sobre su plataforma eran los únicos adornos de una sala fría en la que ni la más grande chimenea habría sido capaz de espantar las sombras del tiempo. El examen de la sala sólo reveló dos nuevas escaleras.

Al darme la vuelta vi a Saddin sentado en el trono y no pude evitar preocuparme. Uno de nuestros planes era intentar hablar con Strahd y averiguar algo más sobre sus motivos, si nos retenía él allí o si había algo más, pero esa falta de respeto por su centro de poder no podía dejarme indiferente. Con la firme idea de que debía de haber alguna otra entrada a la sala del trono buscamos puertas que pudieran estar ocultas en las paredes y, al no encontrar ninguna, Lakus sugirió que derribásemos el trono. ¿Cómo podía no oponerme a ello? Sin embargo, no me escucharon y mis tres compañeros lo empujaron hasta que cayó de la plataforma. Un aullido desgarrador se unió al estruendo que provocó el trono al caer. En un nuevo ejercicio de desprecio por las posesiones del Señor del castillo, Lakus sacó su cuchillo dispuesto a hacer un grabado en el hueco dejado por el trono. A una velocidad vertiginosa, una sombra se abatió sobre el elfo. Lakus rodó por el suelo, sacó su alfanje e hizo frente al hombre que se materializaba frente a nosotros. Su figura estaba envuelta en un enjambre de telas que ondulaban suavemente con cada uno de sus movimientos, su rostro permanecía en las sombras y sólo el furtivo brillo de sus ojos delataba su apariencia humana.

“Lord Strahd, supongo…”, dijo Lakus. De los labios del hombre escapó lo que la oscuridad consideraría una risa divertida.

Saddin y Galian sacaron sus armas y yo, decidida a no intervenir y enfadada por la actitud del elfo, me retiré intentando desaparecer entre las sombras que bien sabía que no podían ocultarme de la mirada del oscuro señor.

“Muy lejos de tu tierra, Lakus…”, su voz profunda y hermosa lanzó un escalofrío de terror por mi espalda. Muy despacio la sombra que era se fue acercando a Lakus hasta tocarle. Era el momento, intuimos que Lakus iba a intentar su absurdo plan de teletransportarse al desierto o algo similar, pero el único resultado que vimos fue su cuerpo cayendo inconsciente en el suelo.

En ese momento Saddin se lanzó al combate golpeando al vampiro pero antes de poder verificar si su golpe había hecho mella en él, el otro desapareció.

La sangre bullía en mis venas y llevada por la rabia que encendía el desdén con el que estaba tratando cualquier objeto con el que nos topábamos, descargué un puñetazo en la cara del elfo. No se puede despreciar a los contrincantes, no se deben infravalorar sus capacidades y no se les debe insultar destruyendo su hogar sin más razón que la destrucción en sí misma, ¡la destrucción sin objetivo es inaceptable!

Deshaciendo el camino por el que habíamos llegado, regresamos a las escaleras que rodeaban la torre. En la planta superior, las telarañas cubrían varias salas, una de ellas estaba tan densamente cubierta que entre ellas sólo podíamos desplazarnos por un estrecho pasillo. En el centro de la última de ellas una cuerda colgaba de un agujero en el techo. Por algún motivo que no alcanzo a comprender o por alguna extraña señal que los demás no logramos ver, Lakus cerró la puerta de esa última sala encerrándonos en ella. Pero lo importante, lo sorprendente, es que bajo la tenue luz de la palmatoria se reveló ante nuestros ojos uno de los símbolos que habíamos estado buscando: una lira rodeada de lo que parecían lenguas de fuego grabada en la puerta. Limpiamos las telarañas para descubrir que los grabados de liras se extendían por todas las paredes acumulándose en la pared norte en mayor número. En esa misma pared una puerta daba paso a una sala en la que se amontonaban riquezas de todo tipo. Miles de monedas se apilaban por todas partes, salpicadas por gemas y piedras preciosas además de joyas de diversa factura. Me pareció que aquí estaba el supuesto pago de este encargo: “todas las riquezas que puedas encontrar”. Sin desdeñar la oportunidad cogimos algunas cosas de valor, no tenía sentido cargar por todas partes con un tesoro como aquél. Entre todo ello encontramos también tres mazas de gran calidad y una espada que brillaba intensamente,* Gusiluz*, la bautizó Galian antes de que Saddin la guardara. Parecía que al menos parte del sentido de una de las cartas de la adivina estaba claro y las palabras de Madame Eva resonaron en nuestra memoria:

Naipe del Cinco de Tréboles: “Esta carta habla de de la Historia. Conocimientos antiguos que os ayudarán a conocer al enemigo. Deberíais buscar en un lugar cuidadosamente escondido de riqueza fastuosa. Veo una lira llameante protegiendo el lugar. El trébol sostiene vuestra fuerza en este lugar pero os aleja de la victoria, obligándoos a dedicar más tiempo de lo que sería normal”

Pero no sólo las riquezas de las que hablaba la predicción reposaban en la sala porque entre toda aquella chatarra de tanto valor se hallaba un tesoro mucho más importante, el libro que relataba la caída de Lord Strahd, ¡su mismísimo diario!

Hoja del diario de Lord Strahd

Hoja del diario de Lord Strahd

Con mucho cuidado el paladín intentó descifrar lo que había escrito, sin embargo parece que esta vez mis habilidades estaban más afinadas para leer lo que Strahd mismo había escrito. Leí en voz alta aquellas páginas, saboreando las palabras bellamente trazadas para descubrir a un hombre violento, cansado de luchar, un hombre que había sido traicionado por las personas que amaba y cegado por un amor no correspondido. Y, a pesar de sus atrocidades y de los siglos de terror, no pude evitar sentir lástima por él y el dolor de algunas de las injusticias que tenía ante mis ojos. Sé muy bien de lo que es capaz alguien cuyo amor no es correspondido o de lo que una venganza puede llevar a hacer, ¿cómo no voy a saberlo cuando he sido instrumento de ello?

Allí, en aquellas páginas decrépitas, oímos hablar de Sergei por primera vez, el hermoso y noble hermano, y de la joven Tatyana, que amaba a Sergei. De la muerte de ambos y del destino que selló Strahd con su pacto de sangre. Pero también aprendimos que el vampiro temía la luz del sol y que la espada de su hermano era el arma que podía otorgarnos la victoria.

Con el peso de las palabras de Strahd aún en nuestros corazones, salimos de la habitación. Por algún motivo que desconozco, Saddin decidió tirar de la cuerda que salía del techo, una campana lejana sonó y junto a ella los pequeños golpeteos de cientos de patitas contra las paredes de piedra. Jurando, salimos corriendo de la habitación, adivinando las formas de las enormes arañas que provocaban ese vomitivo sonido. Galian, Lakus y yo nos lanzamos corriendo a atravesar la puerta, por último Saddin cruzó el umbral, arrastrando la puerta detrás de él. La puerta bloqueó la salida y él se desplomó en el suelo en medio de violentas convulsiones.

“¡Sujetadlo!”, grité. Sin perder un segundo Lakus y Galian le agarraron, yo me puse encima de él para intentar contenerlo mientras le hacía tragar un antídoto para venenos arácnidos. En agradecimiento me llevé un mordisco involuntario, en fin era inevitable.

Descansamos un rato esperando a que despertara. Estaba cansado, pero al menos el veneno no le mataría.

Las escaleras nos llevaron de vuelta al nivel anterior, seguimos descendiendo. Sin un mapa, sin un plano que nos indicara qué camino tomar o qué podíamos esperar encontrar, descender era una opción tan buena como otra cualquiera pero pronto esa decisión probó no ser la adecuada. No habíamos descendido demasiado cuando un muro de mampostería detuvo nuestro avance. En medio del muro un pequeño agujero permitía adivinar que al otro lado seguía la escalera. Frustrado, Lakus asestó un par de patadas al muro, decidido a pasar por ahí a toda costa mientras sacaba una de las mazas que habíamos encontrado en el tesoro y descargaba golpe tras golpe sobre él. Durante un rato que definiría como interesante, Lakus, Galian y Saddin se turnaron aporreando el muro sin hacerle demasiada mella. Pero claro, en un lugar como aquel, la relativa tranquilidad de la que habíamos disfrutado durante un rato no podía durar. Como un leve crujido al principio, el sonido de multitud de pasos se fue haciendo más cercano, nos miramos un instante, ¡estábamos en una escalera! ¡atrapados! No parecía haber escapatoria. Y de repente, sin saber como, me encontré tropezando en las escaleras al otro lado del muro. El hechizo de Lakus sí funcionó en esa ocasión.

Al otro lado un enjambre de zombies se agolpó contra el muro, sus manos arañaban la superficie con desesperación y sus confusos lamentos remarcaban lo cerca que estuvimos de tener que enfrentarnos a ellos.

La escalera continuaba su descenso al menos hasta dos niveles más. En el primero se alojaban las cocinas, almacenes y comedores para soldados o sirvientes, además del único humanoide no no-muerto con el que nos topamos, aunque la verdad sea dicha, su semblante y su mirada vacía se asemejaban más a los de un muerto que a los de un hombre vivo.

Así llegamos a la planta inferior, una planta mucho más interesante, para desgracia de Saddin Konnin. Las escaleras terminaban en una gigantesca gruta abovedada con decenas de criptas alineadas en ordenadas hileras. Allí reposaban los restos de varias generaciones de gobernantes y señores de aquella tierra.

La humedad vieja de la tierra en la que se levantaban los mausoleos flotaba en el ambiente impregnando nuestra ropa con su hedor. Revisar todas aquellas criptas era un tarea ingente y sin sentido. Nos dividimos en parejas e hilera por hilera íbamos leyendo los nombres de los que allí descansaban. De vez en cuando un nombre despertaba nuestra curiosidad y sólo entonces profanábamos esa tumba.

Para nuestra sorpresa una de ellas, aún vacía, lucía el nombre Irina Kolyana grabado en su entrada. Más misterios sobre la niña rescatada del bosque por el burgomaestre. En cualquier caso, allí no había nada que nos ayudase y seguimos explorando el resto. Casi en la última hilera, Lakus y yo descubrimos una cripta abierta. Armas en mano cruzamos la entrada y, sobre un sarcófago, el cuerpo de un ser aparentemente dormido. El alfanje de Lakus descendió sobre la criatura sin llegar a tocarla, siguiendo su ejemplo ataqué, pero la criatura, que empezaba a despertarse, esquivó mi cimitarra y se elevó sobre nosotros flotando sobre el sarcófago cerrado.

Sus manos encontraron a Lakus, sus rostro perdió todo el color y sus miembros quedaron paralizados durante una eternidad. El elfo, sobreponiéndose al poder de la aparición, atacó con todas sus fuerzas. Alfanje y cimitarra se abatieron sobre ella, una detrás de la otra. Saddin Konnin, alertado por los ruidos del combate, entró en la tumba. Una luz beatífica rodeaba su figura, llevando paz a los oscuros rincones de la cripta. Ante nuestros ojos el fantasma perdió definición, su forma deshaciéndose en jirones de humo mientras caía en el interior de su sarcófago.

Seguimos al paladín fuera de la tumba, sintiendo que Velex estaba con él dándole la fuerza y el conocimiento para salir airoso en aquel lugar abandonado por los dioses de la luz.

Tras este incidente, dimos por terminada nuestra exploración de las criptas y procedimos a investigar las puertas que salpicaban las paredes de la gruta.

Por primera vez desde que entráramos en el castillo, la paz nos recibió al desatrancar unas enormes puertas. El majestuoso sepulcro blanco de Sergei von Zarovich ocupaba el centro de la sala, tras él tres estatuas bellamente esculpidas velaban por su descanso. Nuevamente el eco de las palabras de la gitana volvió a nuestras mentes:

Naipe del Tres de Corazones: “Esta carta representa un símbolo de gran poder. Habla de una poderosa fuerza para el bien y la protección frente a las fuerzas de la oscuridad. Se encuentra en un lugar de tranquilidad, un destino para el magnífico y poderoso. Es un lugar de sabiduría, calor y desespero. Grandes secretos viven aquí. Veo una muy buena influencia aquí. Si llegáis a este lugar, los poderes del bien os ayudarán.”

¿Estábamos en ese lugar? ¿Encontraríamos en la tumba de Sergei ese símbolo de gran poder? ¿O tal vez su espada? Con la reverencia que nos inspiraba su sepulcro lo abrimos. En su interior el cuerpo de Sergei reposaba ataviado con una extraordinaria armadura de placas pero no había rastro del símbolo que habíamos visto en el templo del clérigo Donavich.

Hubiera sido una imperdonable violación dejar la tumba de Sergei abierta, expuesta al mundo; sin dudarlo un instante la dejamos tal cual la encontramos al entrar en la sala, con todo su contenido intacto. Ni el símbolo ni la espada estaban allí.

Lakus se concentró en la imagen del símbolo ya que tal vez se encontrara oculto en algún otro lugar de la sala. Seguimos el camino marcado por su hechizo hasta una cripta cerrada en la gruta. No estaba seguro del todo pero en su interior percibía un símbolo similar al que buscábamos. La losa que la sellaba cedió perezosamente bajo la fuerza del paladín dejando manar de su interior una poderosa aura maligna. Saddin se concentró buscando la comunión con su dios para expulsar a la criatura que se intentaba escapar. Sus ojos ardían con la promesa de un castigo ejemplar para los que habían osado despertarla. Su furia se abatió sobre elfo y paladín sin posibilidad de réplica. Sus rostros se tornaron blancos, sus cuerpos se encorvaron como si el cansancio de años se hubiera apoderado de ellos súbitamente y en el rostro de Saddin parecieron dibujarse en un instante las marcas de años de sufrimiento y esfuerzo que no podían corresponder con su edad real.

Corrimos a buscar refugio junto a la tumba de Sergei y, como si quisiese acompañar el dolor de su portador, la luz de la palmatoria que había llevado Saddin por todo el castillo se extinguió dejándonos en la penumbra de la única antorcha que ardía en la sala.

Descansamos allí durante mucho tiempo, discutiendo agitadamente sobre lo que podíamos hacer. Galian y yo creíamos que enfrentarnos a la criatura era una locura, su poder era demasiado para Saddin y ninguno de lo demás podría hacer mucho frente a él.

¡Los paladines y su misión en el mundo! ¿Qué locura les lleva a enfrentarse a criaturas de las que mejor les valdría huir? Sé que cruzamos amargas palabras en las horas que descansamos protegidos por la bondadosa influencia de Sergei von Zarovich, Saddin en su inmutable decisión de luchar contra la criatura y yo en la de no correr riesgos innecesarios.

No me siento orgullosa de mi decisión de no luchar, pero mi deseo de sobrevivir a toda costa se impuso sobre el extraño e inesperado vínculo que ha nacido entre nosotros cuatro en el último año.

Así, cuando el paladín sintió que la fuerza suficiente había vuelto a su envejecido cuerpo, abandonó la protección de Sergei y, seguido por el aparentemente despreocupado Lakus, desapareció en el interior del mausoleo.

No sé qué ocurrió allí dentro, pero los minutos transcurrieron interminables mientras Galian y yo esperábamos el desenlace de los acontecimientos. Al fin, bañado en una poderosa luz celestial, Saddin cruzó el umbral de vuelta con el peso de la maldición del fantasma algo menos evidente en su porte y el conocimiento de que la figura del cuervo de plata poseía una poderosa fuerza sanadora.

Fracasado nuestro intento de encontrar el símbolo que esperábamos hallar en la gruta, sólo nos quedaban dos posibilidades allí abajo, abrir una puerta que congelaba la sangre en las venas con sólo acercarse a sus inmediaciones, o continuar por otras escaleras que prometían menos problemas. Todavía conservando cierta esperanza en las predicciones de las cartas, nos aventuramos por las escaleras menos tenebrosas. En unos minutos alcanzamos una antesala en la que dos estatuas de bronce portando armas parecían sostener entre ellas una cortina de purísima luz azulada. Saddin se aproximó a ella, certificando que la fuente del bien era la fina cortina de luz. Sin dudar un instante cruzó al otro lado, cuando volvió a aparecer no traía buenas noticias, al otro lado una maldad más poderosa que ninguna a la que nos hubiéramos enfrentado hasta ahora nos aguardaba.

¿Y si la predicción de Madame Eva era correcta y el arma de luz que buscábamos se encontraba al final del otro camino, el camino de la oscuridad?

Naipe del As de Tréboles: “Esta carta es buena para vosotros. Es una carta de poder y fortaleza, la carta del vencedor. Nos habla de una arma de luz, una arma para la venganza. ¡Veo una señal terrible! Se encuentra en el mismísimo corazón de la oscuridad; en su casa, en su fuente. Es su centro y su vida. Es el lugar al que él ha de retornar. Tendréis un soporte para vuestra fuerza pero al mismo tiempo vuestra victoria se os escapará y tendréis que dedicar más tiempo para conseguirla”.

Confiados en ello y sin muchas más opciones, regresamos a la gruta. Ante nuestro sorprendidos ojos Galian desapareció en cuanto se acercó a la puerta que nos disponíamos a cruzar. Nos miramos alarmados, sospechando algún tipo de trampa. Poniéndonos de acuerdo en un código en caso de que se tratase de alguna estratagema para confundirnos, fuimos entrando y saliendo uno por uno, apareciendo alternativamente en una sala, en una de las tumbas de la gruta y en otra sala en cuyo centro se encontraba una tumba que anunciaba ser el lugar de reposo del “viajero del tiempo”. Una vez reunidos los cuatro en la misteriosa tumba, la rodeamos y, preparados para cualquier sorpresa desagradable, la abrimos. Su interior estaba cubierto de arena y semi-enterrados en ella una multitud de objetos de lo más variado. Entre ellos la empuñadura de una espada llamó poderosamente nuestra atención. Examinándola Lakus determinó que no había nada de especial en ella y, sin embargo, como queriendo desmentir sus palabras, la empuñadura se elevó ante nuestros ojos maravillados; envuelta en un brillo purificador se acercó hasta Saddin y, en una explosión de luz sobrenatural, se fundió con su propia espada.

No tengo la menor idea de lo que ocurrió en aquel lugar, si la empuñadura eligió a Saddin Konnin o si presenciamos el reencuentro de dos partes de un todo, pero el dramático cambio que se produjo en el paladín le convenció de que finalmente estábamos preparados para enfrentarnos al mal al que había venido a derrotar. ¡Teníamos la espada de Sergei!

Espada solar

Espada solar

Al contrario que en tantas otras ocasiones, nos tomamos un respiro para planear nuestro siguientes pasos, nuestro plan podría no funcionar, pero cada uno sabíamos qué parte debíamos jugar en él. Lamentablemente no todo salió como esperábamos, ¿acaso podía ser de otra manera?

Nos plantamos delante de la cortina de luz, Saddin cruzó el primero sin dificultad y, tras él, cruzamos Galian, Lakus y yo, sin embargo, cuando nosotros tres llegamos al otro lado nos encontramos de nuevo delante de la cortina, en el mismo lado que acabábamos de abandonar. ¿Puede que no fuésemos lo suficientemente puros de corazón para cruzar la barrera mágica?

El paladín volvió junto a nosotros y una idea se formó en mi mente. Tal vez la poderosa fuerza para el bien que era la figura del cuervo pudiera ayudarnos. Decidida a probar mi teoría sujeté el cuervo contra mi pecho y di un paso hacia adelante. La cortina se pegó a mi alrededor, oponiéndose a mi avance con una fuerza dolorosa que parecía quemarme como si me hubiera arrojado en una hoguera. Aún así, no me dí por vencida y seguí luchando contra ella hasta que exhausta y sin aliento llegué al otro lado.

Galian parecía encontrar más resistencia que nosotros, tal vez el cansancio de los últimos días había hecho en ella más mella de la aparente. Sin querer demorarnos demasiado tiempo en el lugar que sabíamos que iba a ser escenario de la batalla con Strahd, Saddin nos reunió a Lakus y a mí junto a él e invocando el poder de Velex nos bañó en un hechizo que levantó el miedo aferrado a nuestros corazones.

Oímos un susurro y en el lugar ocupado por Lakus vimos aparecer a Strahd. Antes de cruzar las armas con él, empleamos el código que habíamos acordado previamente. ¡Un tanto para nosotros! Descubierta la ilusión, Lakus recuperó su apariencia inmediatamente. Las escaleras en las que nos hallábamos descendían hasta lo que sin lugar a dudas era la tumba del Conde Strahd von Zarovich, Señor de Barovia. Vi a Saddin correr escaleras abajo hasta ella, intentando buscar una zona más ventajosa para el combate, mientras de mis miembros se iba apoderando una extraña fuerza. Miré mis manos alarmada, contemplando cómo se tornaban grisáceas y agrietadas, por un momento me inundó el pánico pero, de alguna forma, el hechizo no siguió avanzando y mis extremidades recuperaron su color y textura habitual en pocos instantes.

Lakus y yo seguimos al paladín a la tumba de Strahd, más preocupados por su suerte que por la pobre Galian que seguía atrapada dentro del muro de luz. La habitación tenía una enorme ventanal que se asomaba al valle aún sumergido en la oscuridad, frente a él, envueltas en un aura de maldad, esperaban siete sombras idénticas, siete copias de Lord Strahd. Durante un instante respiramos la tensión previa al combate, saboreamos el terror de enfrentranos a una criatura mítica, a un vampiro salido de las pesadillas de todo un pueblo atenazado por el miedo a enfrentarse a él.

Tres de las sombras se abalanzaron sobre nosotros en un desplazamiento impecable. Dejando a mis reflejos tomar el control esquivé sin dificultad a tiempo de ver como Lakus rodaba indemne por el suelo. Saddin, con el brillo desafiante de su espada hizo frente al oponente que avanzaba hacia él absorbiendo en la oscuridad de sus ropajes la poca luz que se filtraba por el ventanal. La espada del paladín describió un movimiento que dejó un rastro de luz a su paso, sin embargo, la sombra evitó el golpe deslizándose lateralmente.

Cambiando nuestra táctica decidimos intentar llevarlos hasta la cortina, ¿qué no haría en aquellas criaturas de pura maldad aquella luz que nosotros habíamos atravesado con tanto esfuerzo? Con esta idea Saddin cambió su ataque y pillando desprevenido a su atacante, consiguió que su espada se hundiera en su carne. ¡Ya sabíamos cuál de todos ellos era el verdadero Strahd! Apoyado en las escaleras, con el brazo herido, su sangre oscura manchaba los escalones mientras sus labios entonaban las palabras de un hechizo. Un círculos enorme en la pared más próxima a él se tornó oscuro y desapareció dejando en su lugar un portal que sólo los dioses saben a dónde conducía.

Ése era el momento que habíamos esperado. Un muro de fuego se elevó delante de mí aislándome del resto e impidiéndome ver lo que ocurría al otro lado, donde tanto él como Saddin quedaban solos frente a Strahd y a sus sombras. ¡Maldito Lakus!, grité. Miré a un lado y a otro, a la derecha debían estar enfrentándose Saddin y Strahd, en su intento de atraparlo contra la cortina mágica. Me centré en la pared de fuego que me separaba del fondo de la habitación donde habrían quedado los otros seis espectros, preparada por si alguno de ellos lo cruzaba.

Pasaron segundos interminables en los que el ruido del fuego mitigaba cualquier pista sobre lo que pudiese estar pasando al otro lado. El fuego onduló y de entre las llamas surgió el brazo de Saddin momentáneamente. ‘¡Lakus, retira el muro!’ grité. No sabía si Galian habría conseguido atravesar el muro, ¿estarían el elfo y el paladín enfrentándose a los siete solos? Conociendo al elfo podía suponer que alguno de ellos habría quedado atrapado en el fuego, pero ¿cuántos?

De repente el fuego despejó la mayor parte de la habitación y se concentró en las escaleras. Lakus estaba al pie de las mismas acompañado por Galian, su rostro marcado por el dolor. Corrí a reunirme con mis compañeros, esperando el momento en el que pudiésemos ayudar al paladín de cualquier forma posible. De entre sus ropas Lakus sacó un frasco de agua bendita, imagino que del templo de Donavich y tendiéndosela a Galian le sugirió que se la lanzara a Strahd.

Saddin y Strahd intercambiaban golpes constantemente, enzarzados en una lucha épica entre el bien y el mal, el paladín parecía brillar con un poder que a nosotros nos estaba vedado, parecía que toda su vida se hubiese preparado para ese instante y que Velex le estuviese mirando con una sonrisa de satisfacción en sus labios.

El agua bendita voló en un arco certero e impactó de lleno en el cuerpo del vampiro y, como si de fuego se tratara, un humo hediondo se desprendió de cada lugar que hubiera tocado el agua.

No logro entender qué extraña y olvidada parte de mí se despertó en ese momento pero una pena indescriptible se apoderó de mi alma. Con todo el conocimiento del libro que guardaba en mi mochila y, tal vez, sintiendo cierta empatía por aquel ser odiado, temido y ahora acorralado y herido, me vi incapaz de levantar mis armas contra él. Creo que sabía que iba a morir y de alguna forma no podía soportar la idea de ser agente en esa muerte, por primera vez en mi vida desde que me convertí en lo que soy.

Sus maldiciones llegaban a nuestros oídos incesantemente pero no parecían tener demasiada fuerza. En un desesperado intento por escapar de los golpes de la magnífica espada de Saddin, Strahd se transformó en un murciélago, pero el guerrero, aprovechando la pausa logró atraparlo de las alas. Lanzándose contra el muro de luz azulada, aprisionó al vampiro entre la luz y su pecho. En el forcejeo, el murciélago Strahd, hundió sus colmillos en él tratando de zafarse de su presa. Ambos desaparecieron por un instante.

Strahd reapareció primero y, en un intento desesperado por alcanzar el portal, se lanzó contra el fuego que aún se mantenía intacto. Saddin surgió después, dispuesto a librar al mundo de la criatura de una vez por todas, apeló a su poder sagrado una vez más, la fuerza de su hechizo para expulsar a los muertos chocó contra el lugar por el que Strahd había cruzado el fuego.

Lakus dejó caer el muro de fuego. A los pies del portal, completamente vencido, el murciélago yacía en una postura imposible. Saddin se abatió sobre él por última vez, con la espada brillando salvajemente cortó el cuerpo de Strahd por la mitad, su cuerpo se encendió violentamente y volatilizándose por completo desapareció del mundo.

Una extraña sensación de alivio descendió sobre nosotros. Nos acercamos a su tumba, dos cuerpos descansaban en ella. A través del ventanal la luz de la luna brilló con fuerza dispersando las nubes perennes sobre Barovia. A nuestras espaldas, una calidez que pensamos que nunca volveríamos a sentir se derramó sobre nosotros. Sergei bañado en una suave luz dorada nos miraba con agradecimiento y de sus labios escapó una exclamación de júbilo: “Irina Kolyana, ¡ahora nos volveremos a encontrar!”

En las escaleras y, antes de prepararnos para descansar unas horas, dediqué un último pensamiento a Strahd: “Descansa”.

Pasamos el resto de la noche en aquel lugar, a pesar de todo el dolor y el sufrimiento, nuestros cuerpos y nuestras heridas no nos dieron ocasión de protestar. Nos levantamos magullados pero algo más descansados y, para sorpresa de todos y enfado de Saddin, durante la guardia de Galian aquellos espectros que cada noche durante siglos se habían levantado de sus tumbas intentando cumplir su misión, aparecieron en esa misma sala para esta vez, por fin, salir por el ventanal elevándose al cielo, hecho que a nuestra exploradora no le pareció demasiado relevante para despertarnos.

Recuperada su fuerza, Lakus nos transportó a los cuatro a la casa del burgomaestre. Así descubrimos que durante la noche, Irina se había despertado aliviada y feliz y que al despuntar el día ya no estaba allí. Creyendo adivinar lo que había sucedido, nos marchamos de allí en dirección al templo.

Ahora, mientras mis compañeros celebran con el pueblo el triunfo sobre el Señor del castillo, yo me escondo entre las paredes del templo buscando la tranquilidad que me brindan y la ocasión de ordenar mis ideas y mis sentimientos.

El libro de Strahd descansa al cuidado del clérigo si bien, he copiado parte de su texto en estas páginas para no olvidar. Los nombres de mis compañeros pasarán a los anales de la historia de Barovia como los héroes que libraron a una raza cobarde de un señor demasiado poderoso. ¿Qué dirá la historia sobre mí? Sonrío al pensar en ello.

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